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WASHINGTON.- Las autoridades de procuración de justicia en Estados Unidos se han concentrado en aspirantes a yihadíes que simpatizan con el grupo Estado Islámico, y han dejado de prestar atención a las añejas preocupaciones acerca de racistas declarados, neonazis y milicias opositoras al gobierno que operan en su territorio.

Los tiroteos de Carolina del Sur, dicen los expertos, son un recordatorio de los peligros persistentes que representan personas marginales con tendencias violentas, pero cuyos antecedentes previos a sus actos pueden pasar inadvertidos para la policía y autoridades federales.

Los asesinatos en una iglesia para la comunidad negra en Charleston parecen corresponder a un patrón de violencia alentada por ideología en la que abunda la intolerancia, y se suman a los ataques ocurridos en los pasados cinco años contra centros judíos y sijs, edificios del gobierno federal y agentes de la policía.

Aunque la cantidad de estadounidenses que profesan ideología extremistas fluctúa, la elección de Barack Obama como presidente, aparejada con una crisis económica a nivel nacional, ha causado que aumente el enojo entre los supremacistas blancos y opositores al gobierno a niveles que se no veían desde que en 1995 un edificio federal en Oklahoma City fue atacado con explosivos, dijo Mark Pitcavage, director de investigación de la Liga Antidifamación.

“Ya tiene seis años que experimentamos un resurgimiento del extremismo derechista, el mayor que hemos visto desde mediados y finales de la década de 1990”, dijo Pitcavage.

El Southern Poverty Law Center, en Montgomery, Alabama, señala que ha identificado más de 30 actos o planes de terrorismo doméstico o crímenes de odio desde 2010, un aumento respecto a los cinco años anteriores.

Entre éstos se cuentan los asesinatos de tres personas el año pasado afuera de un centro comunitario para judíos retirados en Kansas; un plan para colocar una bomba que tenía como blanco la ruta de un desfile por el Día de Martin Luther King Jr. en Spokane, Washington; ataques con fusiles de alto calibre contra un consulado mexicano y un tribunal federal en Austin, Texas; los asesinatos de seis personas en un templo sij en Wisconsin, y el asesinato de dos agentes de la policía de Las Vegas por parte de una pareja opositora al gobierno, quienes dejaron una esvástica y una bandera de Gadsden: amarilla con la leyenda “Don’t tread on me” (No me pisoteen).

Los culpables a menudo son individuos con poco o ningún vínculo con grupos extremistas organizados, y actúan por su cuenta.

En el caso de Charleston, Dylann Roof, de 21 años, ha sido acusado de nueve cargos de homicidio por disparar dentro de la iglesia Africana Metodista Episcopal Emanuel el miércoles por la noche. El Departamento de Justicia investiga el hecho como un crimen de odio.

Rastrear a los extremistas violentos antes de que actúen es complicado, en parte porque exponer puntos de vista salpicados de intolerancia no es un crimen, y muchos de quienes cometen actos de violencia no son líderes de un movimiento, sino individuos solitarios que se mueven en la periferia de éstos, dijo Pitcavage.

En cierto sentido, los agentes del orden enfrentan los mismos desafíos de quienes vigilan a simpatizantes del Estado Islámico que quieren viajar a Siria o cometer actos terroristas en sus países, investigaciones en las cuales el FBI analiza las redes sociales en busca de pruebas de que alguien busca cometer un crimen.