SANTA ANA – En las primeras horas de la madrugada del 12 de diciembre, Julia Salazar llevó a su nieta, Fey Cifuentes, de apenas un mes de edad, a consagrarlo a la Virgen de Guadalupe.
“Mi hija tenía problemas con el parto; no estaba bien y el bebé corría peligro”, reveló la mujer salvadoreña, en la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, ubicada entre las calles Grand y Tercera en Santa Ana. “Yo le tengo mucha fe a la Virgen de Guadalupe, y le prometí que en cuanto naciera la niña se la traería a sus pies para consagrarla”.
Salazar cumplió su promesa de fe y, una vez concluida la misa oficiada por el obispo de la diócesis del condado de Orange, Kevin W. Vann, se postró en los escalones del altar para agradecerle la “Reina de México” la madrugada del viernes 12. ”
Como ya es una tradición, centenares de feligreses abarrotaron la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, sin importar las condiciones de frio e intensa lluvia.
En el atrio de la imagen de la Virgen de Guadalupe, los fieles cantaron Las Mañanitas a la Virgen, en la conmemoración del 483 aniversario de sus apariciones a San Juan Diego, en el Cerro del Tepeyac.
Ataviado con una casulla blanca y con la efigie de la Virgen de Guadalupe en el pecho, el obispo Vann, para la algarabía de los devotos, mostró a todos sus “botas guadalupanas”.
“Nuestra Madre es un signo de paz, especialmente para los mexicanos”, dijo el prelado. “Ella, en medio de todas las dificultades nos pregunta a todos: ¿Qué no estoy yo aquí que soy su madre?”
Como la fe mueve montañas y los corazones de sus hijos, el fervor y la tradición continúan más vigentes que nunca, los cristianos desafiaron las inclemencias del tiempo, con tal de profesar su amor y agradecimiento a la reina del cielo.
“Año con año he venido a festejarla”, comentó María de Lourdes Álvarez, originaria de Villa de Jiménez, Michoacán. “Es una tradición de todos los que somos fervientes guadalupanos y más de los mexicanos”.
Los católicos reunidos en el recinto sagrado, también hicieron eco del mensaje del Papa Francisco, la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
“Con esta ocasión, deseo saludar a los hermanos y hermanas de ese Continente [Americano], y lo hago pensando en la Virgen de Tepeyac”, dijo el sumo pontífice, quien recordó que, cuando la Madre de Dios se apareció a san Juan Diego, su rostro era el de una mujer mestiza y sus vestidos estaban llenos de símbolos de la cultura indígena.
“Yo creo que, para todo cristiano, la devoción a esta hermosa creatura de Dios es única, porque es la madre de Jesucristo”, dijo el sacerdote español, José A. Arias, pastor asociado de la iglesia de Santa Ana.
Arias indicó que la imagen que quedó grabada en la tilma de san Juan Diego “es algo especial”.
“La Virgen se presenta con un listón negro en su vientre, lo cual induce a pensar que la mujer del cielo esta encinta y ha venido a traernos a Jesús”, agregó. “De alguna manera, podríamos pensar que Jesús también nace en México”.
La alegría del pueblo creyente fue evidente y entre el festejo, un grupo casi medio centenar de niños, niñas, jóvenes y adultos entonaron a coro “Buenos días paloma blanca”.
Además, numerosos padres de familia que desean inculcar a sus hijos la fe y la devoción mariana, vistieron a sus hijos como virgencitas e inditos.
“La Virgen vino para que no se pierda el amor por Ella”, opinó Brenda Flores, inmigrante de Puebla, México. “Por eso se apareció, para que siempre la recordemos”.
