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COMUNIDAD: El centro ‘Southwest Community Center’ de Santa Ana alimenta a 70,000 personas al año

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    Hannah Jones, 5, reparte comida a los necesitados en el the Southwest Community Center en Santa Ana. Su tatarabuela, Annie Mae Tripp, comenzó a ofrecer comida a los indigentes en la década de 1970.

  • Alimentos donados llenan el almacen de Southwest Community Center en...

    Alimentos donados llenan el almacen de Southwest Community Center en Santa Ana.

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    Guillermina Sarabia y su hija Lady, buscan ropa que está disponible en el Southwest Community Center en Santa Ana, el 13 de julio 2015.

  • El empleado de Southwest Community Center, Leroy Zuñiga, toma inventario...

    El empleado de Southwest Community Center, Leroy Zuñiga, toma inventario de la mercancia almacenada, el 13 de julio 2015.

  • Marie Stamper (izq.) y Donna Tucker, ordenan y empacan alimentos...

    Marie Stamper (izq.) y Donna Tucker, ordenan y empacan alimentos para las personas mayores en El Centro Comunitario Southwest.

  • Elsa Alvarado, quien ha trabajado en el Southwest Community Center...

    Elsa Alvarado, quien ha trabajado en el Southwest Community Center en Santa Ana, camina frente a la imagen de Annie Mae Tripp, fundadora del Southwest Community Center.

  • Dolores Ealy-O'Neal, voluntaria con Southwest Community, conversa con Nelia Villafranco,...

    Dolores Ealy-O'Neal, voluntaria con Southwest Community, conversa con Nelia Villafranco, quien recibe ayuda con los alimentos. Ealy-O'Neal, ha ayudado por unos ocho años, con las necesidades de las personas en el centro.

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SANTA ANA – El edificio en la esquina de las calles Second and Forest, rodeado por la reja de hierro, color blanco, y los rosales altos, parece una casa.

Pero nadie vive allí.

En lugar de eso, el Centro Comunitario Southwest es un lugar donde se sustenta la vida.

Los necesitados llegan por ropa y ayuda para sus cobros de alquiler o de servicios públicos. Las personas sin hogar llegan por una ducha caliente o a recoger su correo.

Y los que sufren de hambre —cientos de miles de adultos y niños— llegan por comida.

El centro Southwest, en su quinta década, nunca descansa en su labor de alimentar a los hambrientos.

En el medio de un vecindario modesto, cerca del bullicioso centro de Santa Ana, el centro es uno de una docena de lugares en el condado de Orange que reparte alimentos y comidas calientes.

Se sirven desayunos y almuerzos todos los días. Los fines de semana, el menú se extiende para incluir cenas. Los números en estos días: unas 10,000 comidas al mes consumidas por unas 70,000 personas al año.

También es un centro de distribución para las personas que cuentan con un hogar, pero necesitan alimentos.

Todos los lunes y miércoles, y dos sábados al mes, los trabajadores de Southwest entregan bolsas de comestibles. Y dos veces más al mes, las personas de la tercera edad pueden llegar a recoger productos básicos de un programa de superávit público.

El centro Southwest recibe fondos federales, pero no es el fondo principal. Las donaciones de alimentos y dinero en efectivo son enviados de todas partes del condado de Orange —desde recolecciones de alimentos en iglesias y escuelas a empresas que recaudan entre los empleados y clientes para donaciones corporativas. Alrededor de una cuarta parte de la comida que sale del Centro Comunitario Southwest proviene del Banco de Comida del condado de Orange en Garden Grove.

El trabajo —cocinar, organizar y distribuir— se lleva a cabo por un pequeño personal con sueldo, además de una tropa de voluntarios leales, pasantes universitarios y estudiantes de secundaria cumpliendo con el servicio comunitario.

Otros están pagando deudas a la sociedad, ya sea en forma de programas de trabajo por servicios sociales o cumpliendo órdenes de un tribunal penal.

Y algunos de los clientes de Southwest muestran su agradecimiento con su tiempo.

¿Quiénes y qué hace que un lugar como Southwest sea posible?

Todas estas personas.

LOS COCINEROS

Las puertas abren a la 8 de la mañana.

Pero por lo general, las personas que llegan en busca de una comida caliente gratis se empiezan a reunir en el patio una hora antes. La mayoría son personas de la calle, adultos jóvenes que llegan en bicicleta. Algunos son de edad avanzada y del vecindario.

Colocan cajas de bananos afuera, sobre las mesas, para que los que llegan con hambre tengan un bocadillo mientras esperan por una comida completa.

En el interior, la mujer que durante los últimos 30 años prepara el desayuno y el almuerzo en el centro Southwest atiende una gran olla de sopa de pollo. Elsa Alvarado estima que la olla de hoy tienen unos siete galones.

Desayunar sopa en un día de verano puede parecer extraño, pero a Alvarado le gusta sacar el máximo provecho de lo que tiene a la mano. Hoy, el pollo fue donado por un restaurante local. También se servirá en el almuerzo, acompañado de pasta, ensalada y galletas. Alvarado también prepara algunas salchichas, porque sabe que se acabará el pollo.

Las cerca de 80 personas que se esperan para el desayuno de hoy es un número menor a los que vendrán al final del mes, cuando se agota el dinero de servicios sociales, seguro social, cupones de alimentos y pensiones.

“La última semana del mes, recibimos más personas”, explica Alvarado, originaria de El Salvador, en inglés con un fuerte acento, “porque ya no tienen dinero”.

Al finalizar el día, Southwest servirá 197 comidas.

EL NEGOCIO

Alvarado tiene 62 años. Toma un autobús durante 25 minutos desde su casa en Costa Mesa, llega a las 7 a.m. Después, está de pie durante la mayor parte de las ocho horas, con un delantal rojo atado alrededor de la cintura.

No pierde el tiempo, es seria, como el moño que sujeta su pelo oscuro. Hace sus tareas en un comedor vacío, a menudo con tan sólo el zumbido de un refrigerador en el fondo. De vez en cuando murmura en español al hombre que le ayuda en la cocina, Francisco Escobedo. El empezó en Southwest un año antes de Alvarado. Los sábados, cuando también se sirve cena, Escobedo, de 63 años, prepara las tres comidas. Los domingos, es el turno de Alvarado.

Son dos de los cinco miembros del personal pagado del centro Southwest. Los sueldos van desde $52,000, para la directora ejecutiva, Connie Jones; a $8,000 por un salario de tiempo parcial.

Jones es la nieta de Annie Mae Tripp, la mujer que inició Southwest desde su garaje en 1970, alimentando con sopa y pan a una docena de personas sin hogar.

Tripp, una trabajadora doméstica, renunció a limpiar el piso de otras personas a la edad de 58 años para centrarse en alimentar a los hambrientos. Fue un acto de fe: sufrió un derrame cerebral y tuvo una visión durante su recuperación en el hospital.

LA GENEROSIDAD

Un grupo de mujeres de una organización de mujeres con base en la fe ayudaron a Tripp a expandir y eventualmente trasladar su cocina. Tripp falleció a los 73 años en 1986.

De adolecente, Jones, de 62 años, ayudaba a su abuela. En 1979, regresó para trabajar junto a ella a tiempo completo. Dos de los nietos de Jones, de 7 y 5 años, están con ella el día de hoy, ayudando a repartir platos de comida durante el almuerzo.

Este año ha sido muy difícil financieramente para Southwest. La pérdida de fondos de United Way, además de algunas subvenciones que no fueron aprobadas, significa que la empresa enfrenta un déficit de casi un tercio de su presupuesto operativo anual de $365,000, explica Jones.

Ella tiene la esperanza de que las próximas dos recaudaciones de fondos y otras donaciones cerraran la brecha. De lo contrario, está considerando solicitar una hipoteca sobre el edificio. Jones, que planea retirarse en dos años, está preocupada, pero no en pánico.

La gente se pregunta quién la reemplazará.

“No sé”, dice. “El Señor proveerá. No creo que el Señor nos haya traído hasta acá para ahora abandonarnos”.

La buena voluntad generada por Southwest es tal que en el 2009, cuando el lugar se quemó por un incendio eléctrico, los vecinos, iglesias, organizaciones no lucrativas y grupos comunitarios continuaron proporcionando los alimentos.

El centro fue reconstruido con un fuerte respaldo de una empresa de construcción con sede en Irvine, Sares-Regis Group. El director del proyecto de construcción creció en el vecindario; su familia recibió ayuda de Southwest en tiempos difíciles.

Un hombre delgado, con diabetes y el ojo izquierdo caído, Andrés Salgado, de 56 años, no tiene hogar; actualmente duerme en el sofá de un amigo. Pero llega cada mañana y se queda todo el día. Él es uno de los cerca de dos docenas de voluntarios que además son clientes del centro.

Alrededor de las 7:30 de la mañana, Salgado entra, se pone un delantal y empieza a preparar la comida y las mesas. Después de la comida, ayuda a limpiar. Es su rutina durante más de ocho años, lo que le ganó el apodo “Samurai”.

Katrina Linden, de 21 años, está terminando una pasantía de ocho semanas en Southwest. Es parte de un programa de proyección social de la Universidad de Notre Dame, donde este otoño iniciará su último año universitario. Linden creció en Santa Ana.

Las personas en ambos lados del mostrador en Southwest, quienes provienen de todas partes del condado de Orange la impresionan.

“Se necesita mucho valor para que alguien venga acá y diga: ‘no puedo alimentar a mi familia esta semana’”.

LA GRATITUD

Generalmente, la comida se recibe con un “gracias”, “thank you” o “Dios lo bendiga”.

La mayoría de los visitantes comen solos; sólo unos pocos se juntan para conversar.

A fuera, en el patio, el comedor está más animado, con gente charlando mientras comen el pollo. Una familia se sienta junta.

En una mesa cercana, Mitchell Jackley espera su turno.

Jackley, oriundo de Orange, visitó por primera vez el centro Southwest hace cuatro años, cuando recién salió de la cárcel. Con 62 años, sobrevive del dinero que genera del reciclaje y una pensión de $1,100 que empezó a recibir el año pasado. Duerme dentro de su camioneta.

Jackley tiene una lista de lugares donde puede recibir comida gratis, pero la mayoría, dice, simplemente entregan una bolsa con un almuerzo para llevar. En su opinión, Soutwest es más hospitalario y consistente con la comida.

“Siempre puedes regresar si tienes hambre”.

Charles Mendiola es otro cliente regular.

Mendiola, de 55 años, se crio en el vecindario y tenía un trabajo decente de mantenimiento de parques. Pero explicó que las malas decisiones lo llevaron hasta donde está ahora. Agregó que está desahuciado con hepatitis C, que contrajo cuando era adicto a la heroína. Duerme en el patio trasero de un amigo, viaja en a autobús todos los días a una clínica en Fullerton, donde obtiene una dosis diaria de metadona.

Las personas en Southwest no lo juzgan.

“Es como un refugio”, dice Mendiola.

LA ENERGÍA

Después que termina el desayuno a las 10 a.m., Doris Sanders, una enfermera jubilada de Lake Forest, llega a supervisar la distribución, dos veces por semana, de las bolsas con alimentos.

Aburrida con la jubilación, Sanders encontró el centro Southwest hace cuatro años cuando buscó “comedor público” en el internet.

Su acento alude a sus raíces en Nueva Jersey; su atención a la distribución de alimentos habla de su experiencia como enfermera. Trata de asegurar que las familias con niños reciban la cantidad suficiente de proteínas, las personas de la tercera edad reciben los productos bajos en sal.

Sanders le pide a las voluntarias, Heidi y Way Len, de 14 y 16 años, que tengan cuidado con el moho mientras revisan una pila de pasteles y otros postres envasados.

Las hermanas, residentes de Tustin, están aquí cumpliendo con el servicio comunitario de la escuela secundaria. Sanders les da las siguientes instrucciones: “si su mamá no compraría esto, tírenlo en la basura”.

En la parte de atrás, en el patio parcialmente cubierto entre el edificio principal y la bodega repleta de alimentos, un grupo de jubilados están ocupados.

Las mujeres trabajaron juntas por décadas en la antigua planta Hunt-Wesson Foods en Fullerton, antes que ConAgra comprara el negocio y lo trasladara a Nebraska. Ellas se llaman cariñosamente: “las damas de Leroy”, porque ayudan al miembro del personal de Southwest, Leroy Zuniga, en la clasificación y preparar las bolsas de comida de comida del gobierno que se entrega a las personas mayores.

Viven en distintas ciudades, se reúnen en el Sears de Orange para compartir el viaje hasta Southwest. Es algo que han hecho durante casi una década. Por lo general, son nueve, pero hoy sólo son seis. Su rango de edades va desde los 65 a los 70 años. Durante las próximas dos horas empacarán unas 30 bolsas.

“Somos parte de la familia”, dice Karen Johnston, quien conduce desde Ontario.

“Ellos necesitan nuestra ayuda”, agrega Donna Tucker de Yorba Linda, refiriéndose a los trabajadores de Southwest y las personas a las que sirven la comida.

“Sentimos como que estamos haciendo una diferencia”.