Skip to content
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

LONDRES Las Olimpiadas son el mejor ejemplo de un sistema que castiga, y duro, a los que hacen trampa. En cambio, el sistema electoral en México no sólo permite a los candidatos manipular y recurrir a cualquier ventaja injusta que está a su disposición, sino además los recompensa por hacerlo. Es decir, Enrique Peña Nieto, quien está acusado de utilizar trampas para ganar en las pasadas elecciones presidenciales en México, no hubiera pasado ni la primera ronda en los Juegos Olímpicos de Londres.

Las reglas en las Olimpiadas son brutales. Y así deben ser. En el estadio de atletismo vi cómo Nagihan Karadere, competidora turca en los 400 metros con vallas, fue descalificada después de una sola salida en falso. Una sola. A los jueces no les importó que haya pasado la mitad de su vida entrenándose para esa carrera. Y a los saltadores con garrocha los sacaron de la competencia tras fallar en su tercer intento. Todos hubieran querido otra oportunidad, pero no se las dieron. Nadie se quejó de los resultados finales porque las reglas fueron parejas para todos.

Esto no ocurrió en las elecciones presidenciales en México. Es evidente que el PRI, inseguro de que su candidato, Peña Nieto, pudiera ganar limpiamente las elecciones, recurrió a tácticas fraudulentas. Por lo tanto, entregó tarjetas de débito y de compras a votantes (para influir en su decisión) y su candidato gastó millones de dólares durante años para promover su imagen por televisión. El presidente electo y los funcionarios del PRI han negado rotundamente esas acusaciones, pero ahí están las miles de tarjetas y los comerciales de televisión para probarlo. Aunque jamás sabremos si todas esas trampas fueron determinantes en el resultado final de la elección.

Hay que decir, también, que no entiendo por qué el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, continuó en una contienda si él sabía que era dispareja. Tampoco tiene mucho sentido cuestionar las votaciones presidenciales pero no las otras, al congreso, que ganaron sus compañeros de partido. Pero, como quiera que sea, hoy es imposible saber quién hubiera ganado sin trampas. Por eso López Obrador y sus seguidores tienen todo el derecho a quejarse.

Esto nos obliga a los periodistas independientes a la inevitable tarea de cuestionar los resultados e investigar las trampas. Insisto; no es una cuestión partidista, es una cuestión ética. Si López Obrador, Josefina Vázquez Mota o Gabriel Quadri hubieran ganado de manera ilegítima, tendríamos que poner en duda sus estrategias de campaña de la misma manera que hoy hacemos con Peña Nieto. La gran tragedia de los periodistas que aplauden los resultados en lugar de cuestionarlos es que nadie les cree. Y en este negocio la credibilidad es todo. El periodista que calla pierde la calle y el respeto.

Dudo mucho que el poder judicial en México tome una decisión correctiva, ejemplar e histórica en este caso. ¿Desde cuándo los jueces y los tribunales en México han actuado con independencia de partidos, congreso y presidencia? Va a ser delicioso – y trágico – escuchar los argumentos del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a más tardar el seis de septiembre. Algo raro pasó con el financiamiento de esta elección, pero nadie será castigado. Impunidad, otra vez. El único consuelo que queda, por ahora, está en decir la verdad hasta que duela.

Me preocupa muchísimo que eche raíces la terrible idea de que ganar la presidencia con trampas, aunque no hayan sido totalmente comprobables y determinantes, está bien porque todos los partidos lo hacen, porque los mexicanos somos así y porque nuestra democracia aún es muy joven e imperfecta. Esto sería decir que la trampa es lo normal en México. Y esto nos podría condenar a otros 71 años de soledad y autoritarismo.

Aquí en Londres tengo esa maravillosa certeza de que han ganado en las Olimpiadas los más rápidos, los más fuertes y los más talentosos. Y eso contrasta con la terrible percepción de muchos mexicanos, de que en las pasadas elecciones presidenciales ganaron los tramposos.

(Posdata: Toda mi solidaridad a la gran periodista Lydia Cacho, quien tuvo que salir de México por amenazas de muerte. No quería ser otra mártir y tiene razón. Del 2000 a hoy han sido asesinados más de 80 periodistas en México, un país más peligroso para los reporteros independientes que muchas zonas de guerra.)

¿Tiene algún comentario o pregunta para Jorge Ramos? Envíe un correo electrónico a Jorge.Ramos@nytimes.com. Por favor incluya su nombre cuidad y país.

Jorge Ramos es ganador del premio Emmy, autor de nueve libros y conductor del Noticiero Univision.