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Foto de cortesía
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Haga el siguiente experimento: junte en Estados Unidos a cinco hispanos o latinos y pídales que se identifiquen. El resultado será, inevitablemente, una ensalada de culturas, razas y orígenes. Lo que pasa es que los hispanos no sabemos cómo llamarnos.

Mi hijo, por ejemplo, es puertocubanomexicanoamericano. Aunque él simplemente se identifica como un “american” nacido en Miami y que prefiere hablar inglés. Yo, en cambio, me identifico como un inmigrante nacido en México, adoptado generosamente por Estados Unidos, que prefiere hablar español, con un pasaporte verde y otro azul, y el insólito derecho a votar en dos países.

Lo sé. Esto de las definiciones es divertido y natural (para nosotros) y frustrante y confuso (para los otros).

El Pew Hispanic Center acaba de sacar un maravilloso e ilustrativo estudio que confirma lo que todos escuchábamos en la casa y en la calle: que la mayoría de los hispanos o latinos no se quiere llamar a sí mismos hispano o latino. Aproximadamente 51 por ciento de los hispanos en la nación prefiere identificarse según el país de origen de su familia –mexicanos, cubanos, dominicanos, puertorriqueños, etcétera– en lugar de recurrir a términos pan-étnicos. (El estudio está disponible en bit.Ly/HfQAGo.)

Sólo un 24 por ciento de los encuestados dijeron que emplean más frecuentemente la designación “hispano” o “latino”, según Pew. Además, apenas 21 por ciento dijeron que prefieren describirse como “americanos” (lo que causa horror entre los conservadores de derecha más extrema en este país, estoy seguro). Esto no significa, sin embargo, que no deseemos ser estadounidenses, ni que deseemos crear una nación separada dentro de ésta. Amamos a este país, y nos integramos muy rápidamente. Setenta y nueve por ciento de los encuestados dijeron que “si tuvieran que hacerlo de nuevo”, vendrían a Estados Unidos.

En mayor grado que algunos grupos de inmigrantes que llegaron antes que nosotros, los hispanos hemos logrado mantener muchas de las costumbres y tradiciones culturales, incluyendo nuestra religión y días de fiesta. La característica primaria que nos une, por encima de todo, es el lenguaje español. Noventa y cinco por ciento de los hispanos entrevistados por Pew creen que es importante que las generaciones futuras sigan hablando español (aunque 87 por ciento también creemos que si desean tener éxito, los inmigrantes en Estados Unidos deben aprender inglés).

El término “hispano” quizá haya sido útil en su origen, pero ha dejado de serlo. El gobierno estadounidense puso en práctica este término general en la década de los 70, como reacción al incremento en nuestro número generado por el flujo de inmigrantes latinoamericanos después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, ser llamado “hispano” es, para muchos, como tener que vivir con un nombre que no les agrada particularmente. (Yo, sin duda, sé cómo se siente eso: fui bautizado como “Jorge Gilberto”, pero odio “Gilberto” y nunca lo uso.)

¿Podemos, entonces, cambiar el nombre colectivo que nos han dado? ¿Y cambiarlo a qué? Jesse Treviño, un periodista en Texas y ex escritor de discursos en la Casa Blanca, cree que sí es posible. “Para mí, ‘hispanolatino’ es suficiente” escribió en su sitio HispanicLatino.com, donde está reuniendo apoyo para un cambio de nombre. “Acomoda a todos, combina todo. De hecho, el futuro muy posiblemente demande que nos hagamos más hispanolatinos y más americanos simultáneamente”. Su objetivo es generar unión dentro de una comunidad marcada por sus diferencias políticas y culturales. Pero todavía no hay ningún político importante a nivel nacional que use ese término.

La verdad es que somos muy difíciles de clasificar; venimos de muchos países y por razones muy distintas. Mexicanos y centroamericanos están preocupados por la cuestión migratoria y suelen votar por el partido demócrata. No es el caso de los cubanos, que votan republicano y que llevan más de cinco décadas dedicados a terminar con el régimen de Fidel y Raúl. Y aunque todos compartimos el español, a veces ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo llamar las cosas más sencillas. Es delicioso – e imposible de entender para los que aprenden español – que un autobús sea “guagua” para los cubanos y que “guagua” sea un bebé para los chilenos.

Además somos de todas las razas. En el Caribe, Colombia y Venezuela hay una enorme influencia africana. Hay presencia indígena en prácticamente todos los países del continente. Decir hispano no es suficientemente específico.

Somos muchos – quizá muchos más de los 50 millones que dice el censo, porque los indocumentados no suelen contestar cuestionarios y porque muchos habitantes de este país no se quisieron identificar como “hispano” o “latino” – pero todavía no tenemos un nombre que nos guste.

Quizá tendrán que pasar otros 40 años más para que nos pongamos de acuerdo.

¿Tiene algún comentario o pregunta para Jorge Ramos? Envíe un correo electrónico a Jorge.Ramos@nytimes.com. Por favor incluya su nombre cuidad y país.

Jorge Ramos es ganador del premio Emmy, autor de nueve libros y conductor del Noticiero Univision.