Skip to content
Unos inmigrantes, en su mayoría hondureños, descanzan en las vías de un tren, en Lechería, un pueblo cerca de Ciudad de México.
Unos inmigrantes, en su mayoría hondureños, descanzan en las vías de un tren, en Lechería, un pueblo cerca de Ciudad de México.
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

TULTITLAN, México Deportado de Estados Unidos luego de trabajar por años en la construcción en el estado de Nueva Jersey, Héctor Augusto López decidió rehacer su vida en su pueblo de la región oriental de Honduras.

Consiguió un trabajo estable en una zapatería en Catacamas, pero en marzo vio horrorizado cómo unos asaltantes mataban a tiros a tres clientes delante de sus ojos. Poco después optó por emprender nuevamente el duro viaje hacia el norte.

“En Honduras tenemos mucha violencia, muchos asaltos y mucha pobreza”, se lamentó López, de 28 años, mientras se preparaba recientemente para montarse en un tren de carga en las afueras de Ciudad de México. “Allá no hay futuro y ves cosas que en tu vida habías visto”.

A media cuadra, decenas de migrantes centroamericanos que se encaminan a Estados Unidos esperan en un refugio atestado, durmiendo sobre cartones, envueltos en bolsas de basura para combatir el frío y contándose historias de sus viajes al norte.

Si bien la cantidad de mexicanos que viajan ilegalmente a Estados Unidos disminuyó dramáticamente, se percibe este año un aumento en los centroamericanos que inician un recorrido de 1.600 kilómetros (1.000 millas) hacia el norte, impulsados en buena medida por un aumento en la violencia derivado de la expansión de los carteles mexicanos de la droga. Otros elementos que influyen, según expertos, son la actitud tolerante de las autoridades mexicanas y la noción falsa de que las pandillas mexicanas ya no hostigan tanto como antes a los migrantes.

La migración centroamericana sigue siendo menor comparada con la de los mexicanos que viajan al norte, pero su marcado aumento refleja la violencia y la pobreza que azotan a sus países. Los peligros que implica el viaje hicieron que los contrabandistas de personas cobren hasta 7.000 dólares –el doble de lo que cobraban antes– por una travesía que puede tomar semanas o incluso meses cuando alguien sufre robos, problemas de salud o no encuentra transporte. Honduras, con una población de 8.3 millones de personas, tuvo la tasa de homicidios más alta del mundo en el 2010, con 6,200 asesinatos, u 82.1 muertes por cada 100,000 habitantes.

En El Salvador hubo 66 homicidios por cada 100.000 habitantes en el 2010. En Estados Unidos, a título de comparación, se registraron cinco homicidios por cada 100.000 habitantes.

“La realidad es que muchos mexicanos desistieron de buscar trabajo en Estados Unidos y están volviendo, pero para los centroamericanos las condiciones tal vez se hayan tornado más desesperantes que las que vemos en México”, comentó David Shirk, director del Instituto Trans-Fronteras de la Universidad de San Diego.

Entre octubre pasado y mayo la Patrulla de Fronteras arrestó 56,637 migrantes no mexicanos, la mayoría de ellos centroamericanos. Esa cifra es más del doble que los 27,561 detenidos en el mismo período un año atrás. La cantidad de mexicanos detenidos en la frontera bajó un siete por ciento este año fiscal, a 188,467.

De hecho, la emigración ilegal de mexicanos hacia Estados Unidos está en su nivel más bajo en décadas, según un estudio difundido en abril por al Centro Hispano Pew de Washington. El estudio comprobó que en los últimos cinco años fueron más los mexicanos que regresaron de Estados Unidos que los que emigraron a esa nación.

Esto obedece al estado de la economía estadounidense, donde hay muchas menos oportunidades en el campo de la construcción, que atrae a muchos mexicanos. Un aumento en las deportaciones, junto con un incremento en la cantidad de agentes de la Patrulla de Fronteras y en la violencia en esa zona, combinado con un descenso en las tasas de nacimiento de México, contribuyen asimismo al fenómeno.

En lo que respecta a los centroamericanos, sin embargo, el panorama es muy distinto.

La detención de migrantes sin papeles, incluidos centroamericanos, comenzó a mermar en el 2007, en que se empezó notar un descenso en la cantidad de gente que trataba de ingresar ilegalmente a Estados Unidos, pero los expertos dicen que esa tendencia se revirtió este año debido a la violencia de Centroamérica, alimentada en parte por la llegada de los carteles mexicanos.

Si bien las autoridades mexicanas relajaron un poco el control de la inmigración ilegal, están deteniendo más centroamericanos sin papeles. Entre enero y abril arrestaron a 29,619, lo que representa un incremento del 42% en relación con los arrestos del 2011, según el Instituto Nacional de Inmigración.

Funcionario del Servicio de Protección de Fronteras y Aduanas de Estados Unidos no respondieron a reiterados pedidos de comentarios.

“Hemos tenido un incremento de población de migrantes que no se había visto en por lo menos cuatro años”, comentó la monja Leticia Gutiérrez, directora de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana que coordina 54 refugios para migrantes en todo México, los cuales sirven mayormente a centroamericanos. “Tenemos gente que llega y llega y llega, a tal grado de vernos en contingencia por las cantidades exageradas de personas que nos llegan a los albergues. Lo poco que se tiene en los albergues para darles se nos termina con los primeros trenes”.

La mayoría de los migrantes se suben a trenes que se encaminan a la frontera con Texas, que es el sector estadounidense más próximo a la frontera sur de México. La ruta entre ambos puntos es la más peligrosa para los migrantes centroamericanos.

Al avanzar hacia el norte por caminos azotados por un sol abrasador, los migrantes a menudo tienen que pagarle a ladrones, funcionarios de inmigración, policías y empleados de los trenes. También deben cruzar territorios controlados por la banda de narcotraficantes de los Zetas, que ha incrementado su secuestro de migrantes para cobrar rescates o para hacerlos trabajar para ellos por la fuerza.

Los Zetas asesinaron a 71 migrantes en el verano del 2010 en el estado norteño de Tamaulipas, cerca de la frontera con Texas. Nueva meses después las autoridades del mismo estado desenterraron 193 cadáveres de tumbas clandestinas, alertados por elementos de los Zetas que confesaron haber secuestrado y asesinado a pasajeros de autobuses, muchos de ellos migrantes.

Al aumentar la presión en México para garantizar la seguridad de los migrantes, el gobierno nacional ordenó en el 2010 que se suspendiesen las redadas nocturnas de los agentes de inmigración y redujo también las redadas diurnas de trenes que van al norte, los cuales constituyen el principal medio de transporte de los centroamericanos. Se suspendieron asimismo los arrestos de migrantes que acuden a refugios, según el comisionado de inmigración de México Salvador Beltrán del Río.

“Esto fue en respuesta a pedidos de organizaciones y de los gobiernos de estos países, pero también refleja el hecho de que consideramos que es lo indicado para velar por la seguridad de los agentes de inmigración”, afirmó Beltrán del Río.

El año pasado, defensores de los derechos humanos denunciaron que los Zetas estaban secuestrando hasta 50 migrantes a la vez, a menudo con la complicidad de funcionarios de inmigración.

Activistas dicen que el hecho de que ya no haya secuestros en masa le hace pensar a los migrantes que las cosas mejoraron en México. Sin embargo, advierten que los migrantes siguen corriendo grandes riesgos con la travesía.

“Ahora están secuestrando dos o tres a la vez en zonas remotas del centro de México, donde no hay tantos albergues y los medios no lo hacen público”, declaró Rubén Figueroa, defensor de los derechos de los migrantes del estado sureño de Tabasco.

En la última matanza atribuida a los Zetas, 49 cadáveres decapitados, con los pies y las manos cercenadas, fueron tirados en mayo en una carretera del estado de Nuevo León, 120 kilómetros (75 millas) al sur de la frontera con Texas. Dado que no se han denunciado secuestros en masa recientemente, se especula que las víctimas pueden haber sido secuestradas en grupos pequeños a lo largo de los últimos meses.

Los delincuentes no son el único peligro. Cientos de migrantes quedaron varados en el sur de México a fines de junio al derrumbarse un puente y verse bloqueado el paso de trenes encaminados al norte.

Algunos migrantes siguen el recorrido hacia el norte a pie o a dedo, subiéndose a camiones y otros vehículos dispuestos a llevarlos, de acuerdo con activistas defensores de los migrantes y las autoridades mexicanas.

“Los que no consiguen que nadie los lleve tienen que caminar, y caminar y caminar”, dijo la monja Gutiérrez. Más de 200 migrantes que se quedaron varados pidieron a las autoridades de inmigración en el estado de Veracruz que los deportasen, según Rafael Pretelin, funcionario de inmigración del estado.

Manuel de Jesús Chávez, un chico de 16 años de Copán, Honduras, trataba de ir a Texas para reunirse con un hermano mayor que cruzó la frontera ilegalmente el año pasado y trabaja en una hacienda ganadera cerca de Houston.

“Me dice que no pagan tan bien como esperaba, pero que todavía hay trabajo”, comentó Chávez una tarde reciente mientras hacía fila en el comedor del refugio San Juan Diego de Tultitlán.

El refugio consiste en una sala llena de camas de dos pisos que puede recibir 60 personas y al que llegan hasta 300 migrantes diarios, según el reverendo Christian Rojas.

Rojas dijo que los trabajadores tuvieron que buscar la forma de acostarse en el piso y en el patio para que pudieran entrar la mayor cantidad posible. Los que quedan afuera son blanco de secuestradores y de traficantes de drogas, indicó.

“Mucha gente nos lo ve como seres humanos”, comentó.

Los migrantes también han tropezado con la animosidad de los residentes de Lechería, como se llama al barrio donde se encuentra el refugio. El lugar cerró temporalmente esta semana luego de que vecinos molestos con la cantidad de gente que se concentraba junto a sus viviendas bloquearon las calles e impidieron que voluntarios entregaran alimentos al refugio.

Gutiérrez dijo que el refugio cerró porque el gobierno no podía garantizar la seguridad de los voluntarios ni de los migrantes.

“Los migrantes pasaron de una situación de vulnerabilidad a una situación muy grave”, dijo la monja.