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  • David García, (izq.), se reune con su hija, Amanda, después...

    David García, (izq.), se reune con su hija, Amanda, después de 18 años de no verse.

  • Amanda García, de dos años.

    Amanda García, de dos años.

  • David García muestra los zapatos de su hija cuando era...

    David García muestra los zapatos de su hija cuando era pequeña. Los mantuvo a lado de su cama durante los últimos 18 años.

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“Dieciocho años es mucho tiempo…”

David García dice esto mientras una joven llega a la terminal de un aeropuerto.

Enseguida, se ven a los ojos.

¿Es ella?

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Un día antes, García me estaba contando por teléfono acerca de unos zapatos pequeños.

“Los mantengo a un lado de mi cama”, dice David. “Son los zapatos que llevaba puestos la misma semana que se la llevaron”.

Se refiere al año 1994, cuando su hija Amanda García tenía dos años.

Eso era cuando García era un hombre fuerte. Había servido 11 años en el Ejército de Estados Unidos, incluyendo dos años como médico en Vietnam, donde le salvó la vida a hombres.

¿Y ahora?

García, de 67 años y residente de Merced, tiene diabetes y una espalda mala. Sufre de pesadillas, de estrés pos-traumático y se puede decir que también de un corazón roto.

“No tengo amigos”, admite.

La vida se le fue de las manos, como se le fue la esperanza de algún día encontrar a su hija.

Hasta recientemente, cuando le volvió un poquito de esa esperanza.

••••

En los años 80, David, un camionero divorciado, conoció a Gitte Ogendahl, una joven pelirroja originaria de Dinamarca, en Imperial Burgers de La Habra.

Se enamoraron, se casaron y tuvieron una hija, Amanda.

“Ella era su vida”, dice Anthony, el primer hijo que tuvo García de su primer matrimonio. Anthony tenía 18 años cuando nació Amanda. “Ahora no le tengo celos, pero en ese entonces, tal vez. Todos sabíamos que era su bebé”.

Tal vez fue la diferencia de edad en la pareja. O la cultura. O el temperamento. Pero para cuando Amanda cumplió dos años, sus padres ya se habían divorciado.

García quería quedarse con Amanda, pero el juez dijo que no. Gitte quería llevarse a Amanda a Dinamarca, pero el juez dijo que no.

A final de cuentas, Gitte obtuvo la custodia de Amanda y se la llevaba a David una vez por semana, para sus visitas semanales.

“Un día, recogió a nuestra hija y dijo ‘te veo la próxima semana’”, recuerda García.

Jamás las volvió a ver.

••••

García sacó un reporte de personas desaparecidas. Habló con los investigadores de la Policía. Contrató abogados.

Pero lo único que todos le podían decir era que Gitte había viajado a Dinamarca con Amanda, y que no había nada que se pudiera hacer.

“Lloré, sabe, lloré solo”, dijo David. “Sabe, no lloré enfrente de la gente”.

La Policía lo mandó con el fiscal de Distrito, que lo mandó al National Center for Missing & Exploited Children, que lo mandó al International Centre for Missing & Exploited Children. Pero nadie pudo ayudarlo.

García se aisló más.

“Fue a Vietnam y sirvió a su país, sólo para que le escupieran”, dijo la esposa de Anthony, Melissa García, de Trabuco Canyon. “Se llevan a su hija y no recibe ayuda para traerla a casa”.

García guardó los juguetes de Amanda, sus juegos y zapatos. Usó variaciones de su nombre como claves para su computadora. Y llenó su casa con imágenes de ella.

“Era casi un santuario”, dijo Melissa. “Lo miraba sentado y viendo sus fotos”.

••••

En 2006, García se mudó con Anthony, Melissa y sus cuatro hijos. Melissa reinició la búsqueda. Obtuvo archivos policíacos, documentos de la corte y hasta vigiló la casa donde habían escuchado que Gitte pudo haber estado viviendo.

Sin respuestas.

“En el Ejército me enseñaron a aguantarme”, dice García, que comenzó a ver a un sicólogo. “Pero esto era completamente diferente. No era nada parecido a enfrentarme al enemigo. Si no hubiera sido por la terapia, probablemente me hubiera convertido en un borracho”.

No tenía manera de saberlo, pero lejos de aquí, en Copenhague, una joven lo estaba buscando. Buscó en línea y soñó sobre su padre verdadero. A los 14 años, se fue de su casa y estaba viviendo en las calles.

Ese año, se puso un tatuaje en honor a su padre que apenas conocía. Te quiero, decía…

…y nunca te olvidaré.

••••

En Trabuco Canyon,

García se mudó a Merced, cerca de otros familiares. Dejó el trabajo. Aumentó de peso. Necesitaba pastillas para dormir y ver televisión para pasar el tiempo.

Dieciocho años de dolor le pueden hacer eso a un hombre.

“Me amargué”, admitió.

David mantuvo este sentimiento hasta que su hijo Anthony recibió un mensaje de texto, desde casi el otro lado del mundo.

Hola Anthony. No sé si es lo correcto escribirte, pero lo intentaré. Mi nombre es Amanda García y soy tu hermana.

Las lágrimas le brotaban de los ojos a Anthony. Le llamó a su papá y poco tiempo después, todos estaban llorando mientras hablaban del regreso de Amanda.

Nadie podía comprar el boleto, entonces Melissa recaudó aproximadamente 2,000 dólares en línea para llevar a cabo la reunión.

Hoy está a punto de llevarse a cabo esta reunión en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles.

••••

“Dieciocho años son muchos”, dice García mientras que una joven llega a la terminal.

No sabe a quién saludar. Al igual que David no sabe si debería saludarla. Enseguida, se ven a los ojos.

Y comienzan a correr uno hacia el otro.

Son pocas las palabras:

“Te quiero”, dice David.

“Te quiero”, le contesta Amanda.

“Estoy contento que estés en casa”, dijo David.

El hombre que no tenía un propósito, ahora lo tiene. Habla acerca de perder peso. Habla acerca de llevar a su hija a Disneylandia y de darle un iPhone. Habla de ayudarla a recibir una educación, si es que quiere mudarse aquí.

“Depende de ella lo que quiere hacer”, dijo David. “No es mi decisión. Es su decisión”.

En la casa de los García comparten fotografías e historias familiares. Después, García saca algo de su equipaje, los zapatos pequeños de Amanda que mantuvo al lado de su cama por 18 años. Él ya no los necesita.

“Dios mío”, dice Amanda, riéndose, ella tampoco los necesita ahora.

“Ahora tengo una familia”, dijo Amanda. “Eso lo es todo para mí”.

Así como lo es para su padre, que pudo haberse hallado a sí mismo, al igual que encontró a su hija.

“Es mi niñita”, dijo el hombre fuerte, limpiándose las lagrimas.

“Ahora puedo morir como un hombre feliz”.

Para contactar a los García, escriba al correo electrónico: garciafamily@plsittinglanes.com

García