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De vez en cuando vale la pena detenerse a discutir con los amigos y reflexionar (si es leyendo un libro, mejor) sobre las mejores prácticas en el uso de estas herramientas.
De vez en cuando vale la pena detenerse a discutir con los amigos y reflexionar (si es leyendo un libro, mejor) sobre las mejores prácticas en el uso de estas herramientas.
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Desde el 2004, cuando Facebook registró su primer millón de usuarios a la actualidad, en que la cifra rebasa los dos mil millones (2 billones), muchas cosas han pasado.

La última noticia que discuten los medios es la forma en que se usó desde Rusia para influir en las elecciones norteamericanas del 2016.

Pero, al lado de eso, lo cierto es que los cambios ocurridos han sido tan rápidos que no muchas personas se han puesto a reflexionar cómo quieren usar esta herramienta.

Entre otras cosas:

· No se ponen a reflexionar si realmente quieren estar pendientes de los 200 cumpleaños de sus “amigos”.

· No podrían decir exactamente si quieren o no compartir nuevamente unas fotos o videos de hace cinco años.

· No han analizado con precisión cuántas cosas hay realmente en común con quienes todos los días comparten su material.

Todo esto, y muchas otras cosas, ocurren mientras que los técnicos experimentan con nuevas ofertas.

Es por esta razón que de vez en cuando vale la pena detenerse a discutir con los amigos y reflexionar (si es leyendo un libro, mejor) sobre las mejores prácticas en el uso de esta herramienta.

La premisa es: hay que hacer que las máquinas trabajen para uno, no al revés.

En una visita reciente a la Biblioteca Pública de Torrance, me encontré una sección donde estaba la parte técnica de la Internet, y, en otra, las reflexiones que se han hecho de esta década de usuarios.

De los libros que me traje, se incluyen “Writing for the Web”, de Lynda Felder, “Web Style Guide”, de Patrick J. Lynch y Sara Horton, y “Wasting Time on the Internet”, de Kenneth Goldsmith.

Por la diversidad de temas, se puede distinguir en los anaqueles las distintas experiencias que han vivido muchos usuarios y expertos. Algunas buenas, o tras no tanto.

La razón de que esto sea así de diverso es que quienes se acercan a la Internet lo hacen desde distintos niveles educativos, y condiciones sociales. Hay quienes esperan demasiado, y se molestan cuando a los usuarios que aceptó como amigos en el Facebook ponen puras bobadas, y quienes se acercan a esta herramienta sin otro propósito que ver cómo los entretienen.

En un mensaje reciente,  de un amigo, leí: “Por favor ni en whatsapp, ni en messenger, ni en facebook!!! Por favor!!!!…No quiero ofender o herir a nadie. Por favor no me envíen cadenas, corazones o flores intermitentes diciéndome que tengo que enviar a 10 personas, incluyendo quién lo envía si me considero su amigo. Si estás en mis contactos, es porque te considero amigo. Además, algunas de estas cadenas traen virus y pueden destruir el software de un dispositivo o clonar sus datos”.

El comentario, aunque para algunos parecería muy crudo, en realidad reflejaba una realidad en las redes sociales.

La súbita emergencia de una nueva tecnología siempre requiere de un entrenamiento, y este incluye el momento reflexivo.

En el pasado, con la vieja comunicación en papel, se sabía que un telegrama no era propio para contar chistes, y que un memorándum, carta, tarjeta postal y una reunión cara a cara cumplían propósitos diferentes.

Hoy debemos también tomar en cuenta para qué usamos cada formato.

Yo, en lo personal, quiero dejar ciertas formas de enviar mensajes rápidos como el “Messenger” para cosas realmente urgentes, no para contar chistes o compartir otras ocurrencias.