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Una madre nunca debe dejar de usar su intuición. (Adam Berry/Getty Images)
Una madre nunca debe dejar de usar su intuición. (Adam Berry/Getty Images)
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La intuición de una madre. Antes de tener hijos, recuerdo escuchar hablar sobre un increíble sexto sentido de la boca de mi propia madre, quien decía que a lo largo de mi niñez siempre pudo tomar decisiones con mucha confianza, gracias a su habilidad de “sentir” las cosas. Decía que gracias a esto pudo alejar a mis hermanas y a mí de problemas en varias ocasiones, y en general, pudo protegernos, cuidarnos y guiarnos a lo largo de los obstáculos que surgían en nuestras vidas.

Mi respuesta en ese entonces siempre era algo así como “sí, claro mamá”, mientras torcía la boca, volteaba los ojos y seguía con mis actividades que según yo ella no detectaba (por lo menos eso pensaba en ese entonces).

No fue hasta que tuve a mi primer hijo que me di cuenta de que ese sexto sentido del que mi mamá hablaba era verdadero y que ahora estaba vivo dentro de mí, un poderoso rayo de luz que guiaba mi corazón y mi cabeza hacía algunas de las cosas más importantes en la vida: mantener a mi hijo feliz, seguro y próspero.

Fue en ese sexto sentido en el que confíe esas primeras semanas confusas después de convertirme en madre, cuando me preguntaba cómo es que me habían dejado salir del hospital con este pequeño, vulnerable e indefenso ser humano y que por cierto, ni siquiera traía manual.

Fue esta misma intuición la que me dijo que algo andaba muy mal cuando mi hijo se acercaba a los 18 meses de vida y aún no alcanzaba varios peldaños importantes en la vida de un niño. Los doctores me decían que el tiempo estaba de nuestro lado, mi intuición me decía algo diferente, y para cuando mi primer hijo cumplió dos años, fue diagnosticado con autismo y epilepsia.

Para cuando llegó mi segundo hijo, yo confiaba en mi intuición con cada fibra de mi cuerpo. No era perfecto, pero estábamos contactados de una manera que no podía explicarle a otras madres.

En este mundo que se mueve tan rápidamente, me preocupa que la intuición haya sido remplazada por libros como “No tomes otra decisión sobre tus hijos sin antes leer este libro”, o blogs escritos por madres mandonas compitiendo una con otra, para ver quién es la que tiene más influencia con sus consejos no solicitados, titulares gritando dentro de revistas y comerciales diseñados para hacerla llorar mientras vacía su cartera.

¿Qué le pasó a la idea de escuchar esa voz dentro de cada una de nosotros? Esa voz que escuchamos la primera vez que vimos a nuestros hijos, esa que suena dentro de ti desde entonces.

Cómo madres, parece que hemos callado nuestra intuición para darle más validez a las opiniones de afuera, y eso nunca será ni un poco cerca al sentimiento de “simplemente saber”.

Somos más felices preguntándoles a miles de diferentes fuentes la respuesta, pero muchas veces no le hacemos caso a la persona con la que siempre debemos consultar: nosotras mismos.

Nuestros hijos son, después de todo, una extensión de nosotras mismas, sin importar la manera en que lleguen a nuestras vidas. En el momento en que nos convertimos en madres, también se nos da nuestro segundo regalo más preciado: nuestra intuición.

El regalo más grande que le podemos dar a nuestros hijos es cuidar esa intuición, aprovecharla, honrarla y utilizarla para lo que es: para proteger y cuidar a nuestros hijos y para guiarlos desde que despertamos todos los días para desempeñar nuestro interminable, hermoso y consumidor trabajo de ser madre.