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Un libro es un bloque rectangular. Puede ser pesado como el concreto o ligero como una tablita de pino. Tiene un título grande y un autor que con frecuencia no dice lo que contiene. Los autores, hasta los más honestos, suelen poner títulos para atraer lectores usando unas cuantas metáforas.

“El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano, antes que ser una introducción al Kama Sutra, puedo también llamarse “Evidencias del amor y la estupidez humana” (se los recomiendo).

La noción del libro es muy “reciente”. Tiene unos cuantos siglos, y por mucho tiempo no cambio gran cosa, hasta ahora en el siglo XXI que nos hablan de los “libros electrónicos”.

Ser autor de libros era todo un acto de prestigio, una muestra de disciplina, y hasta por ahí se inventaron la frase de que “plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, eran los signos inequivocos los de la trascendencia.

No importa si se trataba de un libro de la megalomanía de un dictador, o de una historia aburrida que ni la madre del autor leía, ser “autor de libros” era como llevar una estrellita en la frente que aún sin que nadie la viera, el autor y su editorial la presumían.

Por añadidura, leer libros, no importa cuáles, igualmente se convirtió en un acto de prestigio. No importaba si se trataba de novelas o libros bobos, el lector, tarde o temprano aterrizaría en un buen libro, y apartir de ahí todo cambiaría como quien es iluminado de repente por el Dios de la cultura que separa a los cultos de los incultos.

En el siglo XX, con su producción en serie, también crea dramas en serie. Y no sólo eso, crea lectores en serie que debería sentirse culpables si no leían los “Bestsellers”.

Como una herramienta para producir lectores, también se crean los premios que se enfatizan con un sello dorado en la portada.

Si son útiles o no, eso lo dirá el elctor.

Una buena experiencia de lectura da prestigio al premio y al jurado que lo dio.

Pero como el jurado suele vivir en una nube y estar más preocupado por lo que piensan sus colegas académicos, los lectores que compran libros premiados suelen recibir de premio el aburrimiento.

También, como hijas adoptivas de las organizaciones académicas que premian libros, surgen las organizaciones que como herramienta de marketing premian a tres de cada cuatro concursantes.

Pero lo más importante es que usted se encuentre en algún momento de su vida con la experiencia elemental de leer con gusto algo que le dará algunas respuestas, y le ayude a organizar otras preguntas.