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    Giovanna Tabares, 28, de Winchester (centro), canta cánticos junto a otros miembros de la comunidad, durante una vigilia interreligiosa en favor de los niños migrantes en las afueras del Ayuntamiento en Murrieta, el miércoles 9 de julio 2014.

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    Elba, una madre del Inland Empire, acaricia a su hijo Angel, de 9 meses de edad, después de sus dos hijos menores que están detenidos en Texas, durante una vigilia interreligiosa en favor de los niños migrantes en las afueras del Ayuntamiento en Murrieta, el miércoles 9 de julio 2014.

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Los relatos son desgarradores.

A los 14 años de edad, un muchacho salvadoreño es obligado a participar en actos sexuales con hombres quienes falsamente le prometieron un boleto de ida a los EE. UU.

Una mujer de 19 años de edad huye del padre de su hijo, quien la forzó a prostituirse.

Estas son sólo dos de las innumerables historias que el Padre Richard Estrada, fundador y presidente de la Junta Directiva de Jóvenes, Inc., una organización no lucrativa de Los Ángeles dedicada a ayudar a inmigrantes y jóvenes en transición, encontró durante su reciente visita a Chiapas, México.

“Los refugios están realmente salvando vidas, ocultando a madres y niños, es por eso que el público estadounidense tiene que entender lo que está sucediendo. Es una realidad diferente, los políticos no saben lo que hablan. Te apuesto a que nunca estuvieron allí, escuchando estas historias”, explicó.

El padre Estrada es un defensor de inmigración desde la década de 1980, cuando empezó a ayudar a los jóvenes del centro correccional de menores de Lincoln Heights a recuperar sus vidas. Eso incluía sacarlos de la cárcel y de las calles, ofrecerles refugio, ayuda legal y mental, y enseñarles inglés, indicó.

Durante ese tiempo, también participó en el Movimiento Santuario, visitando la afluencia de jóvenes centroamericanos de El Salvador, Guatemala y Honduras que huían de los disturbios políticos que enfrentaban sus países de origen, en lo que describió como centros de detención fortificados en Hollywood, Pasadena y cerca del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles.

“Es triste”, dijo. “Son niños y jóvenes que fueron confinados en un lugar donde no son libres”.

Hoy en día, el nativo del Este de Los Ángeles de 72 años de edad, enfrenta un nuevo reto, pero similar. Las noticias de hordas de menores no acompañados, la mayoría de América Central, llegando a los EE. UU. en masa ha complicado aún más el tema de la inmigración del país. Algunos piden la deportación, pero los demás no pueden comprender la idea de enviar de regreso a los niños a países con gobiernos inestables, plagados por el crimen y la violencia de pandillas.

“La lucha continúa, y eso significa que hemos avanzado un poco, pero no lo suficiente”, dijo. “Antes era una guerra real en El Salvador y Guatemala, y los Estados Unidos estaba involucrado…Ahora, hay una guerra, pero no es reconocida porque es el crimen organizado. Todo el mundo saca ganancia de estos niños, los obligan a pasar de contrabando, los obligan a la trata de personas y al trabajo sexual, así que es un tipo de guerra distinta, no reconocida por los EE. UU., y es una vergüenza. No intentan resolverla…no quieren ni escuchar del tema. Prefieren invertir dinero en la deportación de los niños, y esa no es la solución”.

Al igual que lo hizo antes, el padre Estrada sigue “lo que Dios quiere que haga”, y está apoyando a estos menores al 100 por ciento.

“Si sus padres están aquí en los EE. UU., creo que es apropiado que se queden aquí con sus padres o familiares. El asilo o incluso una estancia temporal es mucho más humanitario que deportarlos. Sería lo correcto”, explicó. “Lo erróneo sería apresurarse a una opción donde no tendrían representación legal”.