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JERUSALEN.- Israel se presenta a sí misma como la única democracia verdadera del Medio Oriente. Pero, ¿es realmente una democracia? Es una pregunta importante, en la que se sustenta el apoyo militar, diplomático y financiero de Estados Unidos, pero que hoy por hoy no admite una respuesta directa.

Si bien el proceso electoral no admite dudas, desde las campañas hasta el recuento de votos, la ocupación de la Margen Occidental del río Jordán lleva ya casi medio siglo y tras la victoria de Benjamin Netanyahu, no se avizoran cambios en el horizonte. Esto plantea serios interrogantes.

Circularon versiones de que Estados Unidos podría reconsiderar su relación especial con Israel a la luz del triunfo de Netanyahu y entre los propios israelíes parece haber mucha gente que no ve con buenos ojos el hecho de que este país de 8 millones de habitantes controle los destinos de 2,5 millones de palestinos de la Margen Occidental que no tienen derecho a votar para su parlamento.

Si se agregasen los 2 millones de palestinos de Gaza –un territorio dominado indirectamente por Israel–, combinados con los 2 millones de ciudadanos israelíes árabes, la Tierra Santa sería el hogar de 12 millones de personas, divididas por partes iguales entre árabes y judíos.

Solo un tercio de los árabes pueden votar. Son los “árabes israelíes” que viven en zonas que fueron incorporadas por Israel en la guerra de 1948/49, en que se delimitaron las fronteras del país.

Israel ocupó la Margen Occidental en 1967, pero nunca la anexó, por temor a la reacción mundial y a que millones de palestinos puedan votar en sus elecciones.

Los israelíes dicen que, dado que esa zona no ha sido incorporada formalmente a Israel, lo que allí suceda no afecta la democracia israelí.

Se puede aducir que pocas democracias son perfectas. Después de todo, unos 4 millones de puertorriqueños tienen ciudadanía estadounidense pero no pueden votar en las elecciones presidenciales debido al particular status de la isla, que es un estado libre asociado.

Está claro, no obstante, que el estado de cosas en Israel causa mucho malestar. Israel construye barrios enteros en estas tierras que no han sido anexadas.

Eso no es todo: permite a los ciudadanos israelíes que viven en esas tierras votar en sus elecciones, pese a que, en teoría, no residen en Israel.

Israel, por otro lado, incide de manera directa en las vidas de los palestinos de la Margen Occidental a pesar de su supuesta autonomía. Los palestinos, por ejemplo, construyeron una nueva ciudad en su territorio, en la que no vive nadie porque Israel impide la construcción de carreteras y otra infraestructura.

“Israel se encamina a un futuro cada vez más antidemocrátio, un futuro binacional lleno de odio y de racismo”, escribió el columnista Ravi Hecth en el diario liberal Haaretz, haciéndose eco del malestar reinante entre muchos liberales desde la votación.

Además de la Margen Occidental, el “futuro binacional” incluiría otras tres poblaciones árabes:

–Los 2 millones de palestinos de Gaza que son gobernados por Hamas desde que Israel retiró sus colonos y sus tropas en el 2005. Muchos sienten que siguen ocupados: después de todo, Israel controla su espacio aéreo y su acceso al mar y junto con Egipto bloquea la región por tierra. Israel teme, no sin razón, que, si se la deja, Hamas se armaría hasta los dientes. Los dos bandos ya pelearon tres guerras.

–Israel anexó el sector oriental de Jerusalén y sus aproximadamente 200.000 árabes tienen derecho a votar si así lo deciden. La mayoría no lo ha hecho, ya sea por solidaridad con la idea de Palestina o por temor a represalias.

–Los ciudadanos árabes de Israel están cada vez más integrados. Pero muchos se sienten discriminados de distintas formas y los comentarios de Netanyahu durante la campaña electoral en el sentido de que multitudes de ciudadanos árabes “estaban acudiendo en masa a las urnas” para derrocarlo no ayudó mucho a hacerlos sentir bien.

En la campaña no se habló casi de los palestinos. Décadas de fallidas conversaciones de paz han hecho que muchos israelíes se muestren escépticos y hostiles; los políticos más intransigentes no saben bien qué ideas pueden vender y a los nacionalistas no les interesa lidiar con un tema tan complejo tampoco.

Atrás en las encuestas, no obstante, Netanyahu puso el tema en el centro del debate, diciendo que bajo su gobierno no habría un estado palestino. Posteriormente trató de dar marcha atrás, pero de todos modos la comunidad internacional no está contenta ni con lo que dice ni con lo que ha hecho a lo largo de los años.

Por más que no se pueda descartar una coalición de centro, se habla mayormente de un gobierno nacionalista formado por Netanyahu y sus “aliados naturales”, que promete afianzar el control de Israel sobre la tierra y perpetuar el status quo.

Los argumentos de Netanyahu en contra de concesiones tienen mucho eco entre los israelíes, quienes saben que es previsible que siga habiendo elementos radicales descontentos entre los palestinos incluso después de la firma de un acuerdo de paz.

La reticencia de Israel a desprenderse de la Margen Occidental es comprensible: Se trata de una tierra estratégica, que rodea a Jerusalén por tres lados, desde la que se podrían lanzar ataques terroristas.

Israel, no obstante, no se ha contentado con controlar la zona: ha permitido, alentado y subsidiado la colonización de esos territorios, donde hoy viven unos 350.000 judíos israelíes.

Otros cuatro años de Netanyahu podrían despejar el camino para que más israelíes se radiquen allí, complicando más todavía el retiro de los soldados israelíes. Esto no es bien visto por los sionistas liberales que constituyen el sector más opuesto a Netanyahu. Es difícil decir a qué le tienen más miedo: Si a la perpetuación de una situación que cada vez se parece más al apartheid sudafricano o al surgimiento de una futura entidad única, binacional, que en una jugarreta de la historia reemplazaría al estado judío.