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Angelica Amezcua, es una maestra de Santa Ana y ganó un un puesto en el consejo municipal en donde representara al distrito electoral número 3.
Angelica Amezcua, es una maestra de Santa Ana y ganó un un puesto en el consejo municipal en donde representara al distrito electoral número 3.
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Apenas había regresado, sin embargo, tenía que conocerla.

La suya fue la historia más fascinante y alentadora del día de las elecciones, que yo había escuchado en todos los tiempos. Y yo quería saber cómo lo había logrado.

Llegué al pequeño salón de clases 103 de Angélica Amezcua, en la escuela primaria Kennedy, justo después de que la última campana sonara. Ella no me permite revelar que año enseña, creyendo que nadie la tomaría en serio.

“’Oh, ella es niñera’, la gente va a decir. Y yo no necesito eso”, dijo la maestra de escuela de 40 años de edad. “Lo que hago es trabajo duro. La gente no lo entiende”.

Subestimar a Angélica Amezcua, sin embargo, tiene un riesgo considerable.

No fue sino hasta finales de septiembre, que decidió unirse a otras cinco personas que se presentaron para triunfar contra Carlos Bustamante, quien no buscó la relección después de haber sido acusado de cargos relacionados con relaciones sexuales, para buscar un puesto en el Distrito 3 en el Consejo de la Ciudad de Santa Ana.

Una tarde, dice, ella y su hermana, Estela Amezcua, estaban conversando. Salió a relucir el tema de los puestos en el Distrito 3.

“Postúlate”, le dijo Estela.

“¿Qué?”, le preguntó ella. “¡Nosotros no sabemos nada acerca de cómo se lleva una oficina!”.

“Podemos aprender juntas”, le dijo Estela, prometiéndole que ella también se postularía, pero por un puesto en el Distrito 1.

Ambas mujeres recolectaron fácilmente las 20 firmas que se requerían para aparecer en las boletas. Ambas asistieron a un foro a principios de octubre, que establecía cómo postularse para un cargo, la organización que sería necesaria, los fondos – miles y miles de dólares – que probablemente tendrían que plantear antes de siquiera pensar en ganar.

Salieron de la reunión abrumadas, casi tambaleándose al caminar debido a lo que acababan de oír. Está bien, le aseguró Estela mientras se dirigían a casa. Ellas lo descubrirían paso a paso.

La más joven de ocho, enlistó a todos sus hermanos y hermanas para comenzar a hacer llamadas telefónicas. Llamen a sus amigos, les instruyó. “Cualquier persona que ustedes conozcan”. Casi todas las noches, ella y su hermano Carlos, caminarían por las calles del Distrito 3, tocando puertas, presentando a Angélica Amezcua a los votantes.

Fue en esos recorridos que ella vio en las calles los posters y los volantes de otros candidatos, entre los que estaban un comisario de planificación de Santa Ana, un empresario local que anteriormente sirvió en el consejo, un oficial de policía y un educador jubilado. Sus oponentes habían recaudado y estaban gastando miles de dólares en sus campañas y tenían refrendos de grandes nombres.

Muchos de los otros cinco también fueron hábiles, con sitios web bien diseñados donde publicaron largas biografías, así como documentos de sus más recientes puestos; pero lo más importante: las opciones para contribuir a sus campañas. Angélica Amezcua se pasaba la mayor parte de su día en el salón de clase, y luego hacía sus paseos nocturnos en el barrio con Carlos.

Sin embargo, ella tenía que hacer, pues, algo.

Esta bien, dijo su marido, el abogado Robert Oliver, cuando se comprometió a prestar a su campaña 200 dólares. Completamente emocionada, Angélica Amezcua salió corriendo a ordenar posters como los que sus oponentes extendían por toda la ciudad.

“Ca-rí-si-mo”, recordó ella más tarde.

El préstamo alcanzó para comprar 100 folletos y sólo dos posters. Ella estaba agradecida con eso.

El día de la elección terminó en la escuela y se fue a casa a ver los resultados en la televisión con Rob y sus hijos, Andrés, de 12, y Robert, de nueve. Lo último que ella quería saber eran los resultados de su propia competencia. No tenía ninguna oportunidad de ganar. Esto nunca va a suceder, pensó. “Lo sabremos mañana”, le dijo a su marido.

Todavía era temprano cuando Rob abrió su laptop y comenzó a revisar los resultados del condado de Orange. “Sabes, estás arriba hasta por 300 votos”, le dijo.

“Simplemente no lo podía creer”, me dijo después. Cuando Rob actualizaba el sitio web de la elección cada 20 minutos, su ventaja aumentaba. “Gané por alrededor de 3,000 votos. No me acuerdo”, dijo ella, sentada en su salón de clases al día siguiente.

Ella está, después de todo un día de enseñanza en el que ya le han enviado solicitudes de entrevistas de National Public Radio y de la televisión en español, exhausta. Sus estudiantes y otros la abrazaron y la felicitaban al salir.

“Emocionada. Sorprendida. En shock. Siento todas estas cosas en este momento”, dijo. “No esperaba ganar, para ser totalmente honesta con usted”.

Algunos dicen que esto pasó porque su nombre aparecía en primer lugar en la boleta. Ella niega con la cabeza. Estela también apareció en primer lugar en el Distrito 1 y perdió. Ella ha revisado todas las posibilidades de su victoria, dice, y ha decidido que no importa.

Ante todo, ella es maestra, me dijo, un trabajo que ha desempeñado durante 17 años. “Mi corazón está todavía en esto”. Hay emoción, dice, en retribuir a su comunidad. Sin embargo, ella sabe que el trabajo a veces resultará difícil.

“Es difícil complacer a todos. Eso lo sé. Sin embargo, la forma en que fui criada, tengo un conjunto básico de valores que no cambian sólo porque voy a estar haciendo esto. Simplemente voy a votar por lo que me parezca que es mejor”.

La política, incluso en el nivel del Distrito 3, puede ser un negocio completamente desagradable. Aquí está la esperanzadora Angélica Amezcua, uno de las maestras más dulces y más amables de de la escuela que se puedan conocer, sobreviviendo en los próximos cuatro años.

Ella será juramentada el 11 de diciembre.