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Mi hija adolescente y yo estamos teniendo dificultad con nuestro lenguaje.

Ella continúa trayendo a casa unas cosas que insiste en llamar pantalones cortos.

Y yo le continúo explicando que el término correcto para eso que trae es “calzoncillos”.

Para mí, los pantalones cortos necesitan cubrir por lo menos un milímetro de la parte posterior de la pierna, para poder ser considerados ropa apropiada para andar en público, al menos que quieras trabajar por las noches parada en las esquinas, y en ese caso lo más seguro es que también traigas unas botas de piel a la rodilla.

No preciso que mi hija se vista como monja. Simplemente no quiero que enseñe su ropa interior a alquien cuando se agache a recoger algo del suelo, como lo hizo hace poco la joven cantante Miley Cyrus, para el deleite de los paparazzi en todas partes.

Pero al parecer hay una escasez de material en todo el mundo, porque es difícil encontrar pantalones cortos que no estén tan cortos y que no parezcan calzoncillos.

Esto ha llevado a una guerra fría entre mi hija y yo, lo que hace que la guerra en el medio oriente parezca una reunión familiar.

“¿No te gustan éstos?”, le preguntó mientras le muestro unos en la tienda.

“No”, me dice, y sigue caminando.

“¿Qué tal éstos?”, le digo, tratando de no sonar tan patética, mientras sostengo el único par en la tienda con más de dos pulgadas de material.

Su reacción mata todas mis esperanzas.

“No. Mamá en verdad. Éstos están horribles. No necesito pantalones cortos”.

Pero el problema es el siguiente: sí los necesita. Está haciendo calor.

Entonces lo que hace es lo siguiente: se pone ropa apropiada al salir de la casa, y cuando sabe que yo ya no la puedo ver, se cambia a algo que podría conseguirle trabajo en Hooters.

La semana pasada, se puso unos pantalones de pijamas y luego yo descubrí que debajo de esos pantalones traía unos pantalones súper cortitos y una blusa dos tallas más pequeña.

¿Ya mencioné que tiene 13 años y que es tan adorable que hasta con un costal se miraría linda?

Mi hija no es descarada, nunca lo ha sido, así que en realidad no sé que pensar de este nuevo y extraño comportamiento.

Cuando platico con mis amigos acerca de esto, no son tan comprensivos como deberían serlo. Levantan sus cejas y dicen, “pues recuerda lo corto que eran nuestras faldas”.

Y sí, recuerdo exactamente aquellos viejos tiempos de los pantalones cortitos y las minifaldas. En aquellos tiempos esperaba a que mi mamá saliera de la casa rumbo al trabajo para ponerme mis minifaldas, con las cuales no podía ni siquiera recoger un lápiz del suelo, ni aunque la supervivencia del mundo dependiera de ello.

Si miraba un billete de 100 dólares en la banqueta, simplemente lo dejaba ahí. No había manera de recogerlo sin ser arrestada.

Así que sí, estoy luchando por encontrar maneras de comprobar que no soy una hipócrita al querer que mi hija se cubra el trasero.

Pero de la misma manera, miro una vieja revista con una foto de una aeromoza con pantalones bien cortitos y no me preocupo de que yo tenía un par casi igualito.

Como reportera, sé exactamente en dónde puedo ver prostitutas hechas y derechas.

Y después de que un día encontré a mi hija saliéndose de la casa con un atuendo que yo considero muy de prostituta, le dije que la iba a llevar a uno de esos lugares y ver cuántos hombres le pedían precios.

Ella me miró con ojos de desesperación, que me anunciaban que de nuevo estaba siendo muy dramática.

Pero aún así, necesita unos pantalones cortos para el campamento de la iglesia y no serán esos que a ella le gusta ponerse.

De hecho, estoy tan desesperada que el otro día compre unos pantalones que estaban en descuento y los corté.

Se los voy a meter a su maleta sin que se dé cuenta y luego, cuando esté calientísimo en el campamento, tal vez decida que no necesita ser la señorita moda en las montañas y decida ponérselos.

Si no, pues tal vez la lleve a donde frecuentan las prostitutas para que vea lo similares que son sus estilos.