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Hillary Clinton y Mary Thomas tienen poco en común, excepto por el hecho de que las dos esperan engrosar las reducidas filas de funcionarias electas en enero.

Clinton es bien conocida, Thomas tal vez no: es una republicana conservadora, que se opone al aborto y al plan de salud de Barack Obama, ex asesora general del Departamento de Asuntos de los Ancianos de la Florida. Se postula como representante por el segundo distrito de la Florida y espera ser la primera mujer de origen indígena que llega al Congreso. No es una tarea fácil.

“Todavía funciona el favoritismo entre los hombres”, comenta, aunque agrega que “mucha gente valora la importancia de tener distintos tipos de personas en Washington”.

Mientras Clinton trata de trepar a la cima de la política, otras mujeres como Thomas se proponen objetivos más modestos en un país como Estados Unidos, donde las mujeres siguen sin tener ni por asomo una representación proporcional a su número en las dependencias públicas.

“Históricamente, tenemos que recuperar el tiempo perdido a lo largo de cientos de años”, expresó Missy Shorey, directora ejecutiva de Magguie’s List, agrupación conservadora que es una de varias entidades que apoyan las candidaturas de mujeres.

Si bien las mujeres son más de la mitad de la población en Estados Unidos, ocupan una quinta parte de las bancas del Senado y la Cámara de Representantes, y una de cada cuatro a nivel de legislaturas estatales. Son gobernadoras de apenas seis estados y alcaldesas de aproximadamente el 19% de las ciudades grandes.

Ha habido progresos: En 1978 todavía no había mujeres senadoras y ahora hay 20. Esos progresos, no obstante, son lentos. En 16 estados hay hoy menos mujeres legisladoras que en el 2005 y en otros cinco no ha habido mejoras en ese lapso, según un análisis de la Associated Press de información de la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales.

Los activistas dicen que esa escasez de representación tiene sus consecuencias. Que las mujeres no tienen voz cuando se analizan temas importantes como el cambio climático y la política exterior, e incluso cuando se abordan asuntos que las afectan personalmente, como las licencias por razones familiares, el cuidado de los niños y el aborto, por ejemplo. Destacan que ha habido casos en los que una mujer en un cargo público marcó la diferencia.

La demócrata Kim McMillan fue elegida para la cámara de representante de Tennessee en 1994, a los 32 años. Trabajaba y criaba dos hijos menores de 13 años. Más de una vez se le dijo que no podía ganar las elecciones por ser mujer. Pero terminó sirviendo seis períodos legislativos y siendo la primera mujer líder de la bancada mayoritaria. Su gran logro fue la expansión de los programas de prekinder en todo el estado.

“Sentía como que representaba a gente que no tenía representación alguna, mujeres que trabajan, como yo”, comentó McMillian, quien es hoy la primera alcaldesa de Clarksville, la quinta ciudad más grande de Tennessee.

Resta por verse si una victoria de Clinton en las elecciones presidenciales de noviembre inspira a una nueva generación de mujeres que se dedican a la política. Por más que la elección de Clinton sería algo jamás visto en Estados Unidos, hay al menos 52 países que han tenido jefas de estado en los últimos 50 años.

La representación femenina varía de estado en estado. Hay seis estados que nunca enviaron una mujer a la Cámara de Representantes nacional, y 22 nunca tuvieron una senadora nacional.

Uno de los grandes problemas, según los activistas, es convencer a las mujeres de que se postulen.

“Sabemos que cuando una mujer se postula a un cargo público, sus posibilidades de ganar son casi las mismas que las de los hombres”, expresó Debbie Walsh, directora ejecutiva del Center for American Women and Politics de la Rutgers University. “Pero la cantidad de mujeres que se postulan no sube, de modo que no va a subir la cantidad de mujeres en esos cargos”.

En el caso de Ellen Rosenblum, la red de apoyo con que cuenta ha sido fundamental, empezando cuando era abogada en Oregon y siguiendo con su designación como jueza de un tribunal estatal y su exitosa candidatura a procuradora de justicia de su estado. Dos figuras importantes en sus primeros tiempos fueron la jueza de la Corte Superma de Oregon Betty Roberts y Barbara Roberts, la primera mujer elegida gobernadora de ese estado.

Rosenblum dice que se esforzó por crear un grupo de apoyo integrado por abogadas a nivel estatal y que cuando tenía que decidir en el 2011 si se postulaba a procuradora o no, ese grupo fue importante.

“Necesitaba tener mujeres con las que hablar, para asegurarme de que no estaba totalmente local por hacerlo”, dijo Rosenblum, quien por entonces acababa de retirarse como jueza.

En California, Hannah-Beth Jackson estuvo siempre activa en su comunidad, pero necesitó el estímulo de una de sus mentoras para postularse a la Asamblea estatal en 1998.

“Las mujeres tienden a pedir permiso para todo, nunca estamos seguras de que somos lo suficientemente buenas o de que estamos preparadas”, afirmó.

Hoy senadora estatal, preside la poderosa comisión judicial. A pesar de su influencia y su jerarquía, esta política demócrata no siempre se sale con la suya. Este año impulsó un proyecto de ley mejorando las licencias por razones familiares de los empleados de pequeños negocios y la iniciativa no prosperó. Fue frenada por una comisión integrada por hombres, alarmados por inquietudes regulatorias.

“Esperemos a ver qué pasa cuando vuelvo a presentar el proyecto”, dijo Jackson. “Espero que para entonces la comisión tenga algunas mujeres”.