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De un lado a otro, sobe el bulevar Harbor, “Elena” muestra su figura en venta al mejor postor.
De un lado a otro, sobe el bulevar Harbor, “Elena” muestra su figura en venta al mejor postor.
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“No hay dinero para la comida”, es la razón que esgrime “Elena”, una mujer latina de más de 40 años quien vende su cuerpo al mejor postor en el corredor del bulevar Harbor, a plena luz del día.

Una furtiva sonrisa invita al automovilista que se detiene a la esquina de la calle Primera y Harbor. Son apenas las 3:30 de la tarde y “Elena” ha comenzado su “trabajo”.

Luego se acerca a este reportero.

Quiere indagar el por qué se le han tomado fotografías.

“¿Por qué se prostituye?”, se le pregunta, antes de explicarle el motivo de la historia.

“No hay dinero para la comida”, responde de forma escueta.

Elena se acerca a la ventanilla. Quiere asegurase que no habla con un policía.

“Tengo cuatro hijos que mantener”, indica. “No tengo donde vivir más que un cuartucho de hotel”.

Y como “Elena” hay muchas mujeres que ya sea por iniciativa propia, porque son obligadas por sus “padrotes” o porque son víctimas del tráfico humano, venden su piel al mejor postor.

Su necesidad de ingresos contrasta con la de las autoridades que buscan erradicar este problema milenario y con la de los residentes del área que se quejan de que suceda esta práctica en sus vecindarios.

El capitán Anthony Bertagna, portavoz del Departamento de Policía de Santa Ana (SAPD) declaró que “la prostitución es un problema grande para quienes tienen su hogar ahí, pero también es un dolor de cabeza para los negocios de la zona”.

Operativos policiales

Recientemente, usando a seis mujeres policías disfrazadas de prostitutas, y a casi una decena de detectives y oficiales de la Brigada Anti-vicio, las autoridades arrestaron a 17 individuos que vagaban en busca de los servicios de sexo-servidoras.

El enfoque de arrestar a los que solicitan el servicio busca eliminar a quienes provocan la demanda en este transitado bulevar.

Entre los detenidos hubo un sujeto que anteriormente había sido declarado culpable de haber cometido actos lascivos con una menor de edad.

Incluso llevaba dos brazaletes electrónicos en sus pies que lo identificaban como un depredador sexual.

Todos fueron fichados y encerrados en la cárcel de Santa Ana, y liberados después de firmar la promesa de que acudirán ante un juez en la corte.

Debido a recortes fiscales en 2014, los elementos de la Brigada Anti-vicio había sido eliminada. Los agentes fueron asignados al patrullaje, pero la unidad especializada ha retornado como consecuencia del aumento de la prostitución en la vía pública.

“La comunidad vio un alto aumento [de la prostitución]”, dijo a a estación NBCLA, el comandante Ken Gominsky.

Vecinos se quejan

En efecto, María Guerrero, quien vive desde hace dos décadas en el bloque 300, al sur del bulevar Harbor afirma que el problema de la prostitución en la zona nunca ha desaparecido.

“En los últimos cinco años usted puede ver a esas mujeres a cualquier hora”, dice a Excélsior. “A veces andan casi desnudas y ya no dejan nada a la imaginación de los hombres que las buscan”.

Guerrero afirma que la presencia de moteles de paso y un club de chicas exóticas ubicado casi en la esquina de la calle 11 y Harbor atrae no solamente a borrachos, sino a “clientes” de las mujeres de la vida galante.

“Por fortuna yo ya no tengo hijos pequeños, pero si usted camina por ese lugar que no le extrañe encontrar condones tirados en la banqueta. Es un asco”, subraya.

“Ellos hacen sus cochinadas en los carros y en los estacionamientos”.

Una triste historia

Los hijos de “Elena” no saben que ella se dedica al oficio más antiguo del mundo. Jamás se los revelará.

Con voz pausada narra que cuando era joven empezó a usar drogas.

Rechazada por su familia y la sociedad se metió en otros problemas que no quiso especificar. Pasó tres años en la cárcel.

“Por la gracia de Dios ya estoy limpia [de drogas]”, dice. “Sé que esto no es vida…me siento sucia…todo el tiempo lloro”.

Cuando “Elena” se recuperó totalmente de sus adicciones tuvo un trabajo estable. Luego lo perdió y no halló otra respuesta más que ofrecer servicios sexuales a cambio de dinero.

“Hago esto solamente para sobrevivir”, dice. “Si no pago los $75 del motel me echan a la calle con mis hijos. Eso no lo puedo permitir, porque ahí, ellos al menos tienen un techo que los protege”.

“Elena” lanza un consejo: “Ojalá que mi historia sirva de algo, para que las jovencitas nunca piensen que la prostitución resolverá sus problemas…Yo he conocido a muchas que son golpeadas y violadas… Muchos nos tratan como basura, pero somos seres humanos que no hemos tenido una oportunidad para dejar el infierno de vida que llevamos cargando todos los días”