Skip to content
Un grupo de venezolanos protesta en contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Un grupo de venezolanos protesta en contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

Durante 11 años residí en Venezuela, donde me desempeñé como consejero de prensa en la Embajada de México y donde vi crecer a mis hijos; tengo dos sobrinos venezolanos y una cantidad importante de amigos, a quienes sólo me queda decirles que mantengan firme la esperanza y la lucha para recuperar lo que en un tiempo fue orgullo de ese país: la libertad y democracia.

Me duele mucho lo que está pasando en Venezuela, la tierra donde nació uno de los luchadores y libertadores que le dieron razón de ser a nuestra América Latina: Simón Bolívar. Tierra que durante muchos años sirvió de albergue a la diáspora europea después de la Segunda Guerra Mundial, la cual buscó un refugio seguro donde vivir y progresar; tierra que en épocas más recientes había servido de segunda patria para muchos argentinos, colombianos, dominicanos, haitianos, por citar sólo algunos.

Venezuela, cuna de inspiración para lograr la independencia de muchas naciones latinoamericanas del yugo de los españoles, hoy vive quizá una de las perores etapas de su historia reciente: la prolongación de un régimen que durante los últimos 15 años ha masacrado a una población que ve cómo cada día se ven coartados sus derechos y oportunidades, sin que exista ningún poder para evitarlo.

Hoy ciudades como Miami, Panamá, Bogotá, Madrid, México y Berlín, ven cómo la población de refugiados venezolanos crece con intensidad. Su presencia ha causado que en son de broma les hayan cambiado de nombre, como pasa en Panamá, ahora conocida como “Panazuela”. En días recientes, la Embajada de Irlanda se vio desbordada cuando anunció la apertura de solicitudes para que venezolanos pudieran realizar estudios en ese país, provocando una verdadera estampida; lo que hace algunos años hubiera sido impensable.

Recuerdo a muchos amigos que me aseguraban que por ningún motivo dejarían su país; hoy no saben cómo salir y para ello, basta ver algunas cifras: en los últimos años uno de los signos que ha caracterizado a Venezuela ha sido la violencia, pero sobre todo la violencia institucional. Según datos del Observatorio Nacional Contra la Violencia, una organización sin fines de lucro, tras 14 años de Chavismo, 2013 terminó con 24,763 muertes violentas, lo que supuso un aumento del 444 por ciento desde 1998, y una tasa de 79 homicidios por cada 100,000 habitantes, una de las más altas del mundo. La situación es tan preocupante que países considerados violentos, como Colombia y México, tienen tasas de 22 y 19 asesinatos por cada 100,000 habitantes.

Además se debe recurrir a este tipo de organizaciones, ya que desde diciembre del 2003 fue la última vez que se pudo tener acceso libre a la estadística sobre criminalidad y delito; hasta esa fecha, la cantidad de crímenes conocidos por la policía era pública, se podía obtener sin trabas de las autoridades y estaba disponible en los  anuarios y en las páginas electrónicas de los organismos competentes para cualquier investigador o ciudadano. El incremento notable que se reportó en ese año 2003, en el cual ocurrieron 11,342 homicidios y que mostraba que en los cinco años anteriores se habían más que duplicado los asesinatos, fue quizá lo que motivó la decisión gubernamental de prohibir la difusión de la información.

La población venezolana vive hoy un alto índice de estrés psicosocial como consecuencia de la inestabilidad laboral, las malas condiciones de vivienda, la ausencia y escasez de servicios médicos, así como por la carencia de los medios económicos que le permitan al menos cubrir la alimentación mínima requerida para el desarrollo de los niños y jóvenes.

La estabilidad política e institucional de Venezuela se encuentra en crisis. El descontento popular ya alcanza niveles que significan un serio cuestionamiento al sistema político, conocido como la “quinta república”. La crisis financiera amenaza seriamente la económica del país, ya que el gobierno ha profundizado la dependencia de Venezuela de la renta petrolera. En ese marco, la caída de los precios del petróleo ha traído como consecuencia un marcado déficit fiscal que afecta el derecho a la educación, la salud, la construcción de viviendas, el campo y de otras obras públicas.

Aunado a esto se encuentra la censura a los medios de comunicación, la acentuada concentración de poder que ostenta el entorno presidencial y la militarización y cubanización de la mayoría de las instituciones en el país, la cual es rechazada por una buena parte de la sociedad venezolana.

Muchos llegaron a pensar que con la muerte de Hugo Chávez las cosas podrían cambiar, que se abrirían por fin espacios para un cambio político, nada más lejos de la realidad. Tras el proceso electoral de noviembre pasado, seriamente cuestionado en el que un Consejo Electoral parcializado y politizado dio como ganador a Nicolás Maduro, un ex chofer de autobuses y sindicalista del Metro, se vio derrumbada toda posibilidad de cambio.

Los últimos hechos así lo atestiguan: la reciente marcha encabezada por estudiantes duramente reprimida, en la que murieron al menos tres personas a manos de cuerpos policiales o de los llamados “grupos colectivos” -tipo de cuerpos paramilitares auspiciados y protegidos por la administración Maduro-, el gobierno, como Poncio Pilatos, se quiere lavar las manos y, como avestruz, esconder la cabeza acusando de estos hechos desde los Estados Unidos, pasando por México, hasta supuestos grupos “nazistas-fascistas” financiados por el ex presidente de Colombia Álvaro Uribe, eludiendo toda su responsabilidad.

Ya basta, la comunidad internacional debe actuar de inmediato, es urgente ayudar a evitar mayor derramamiento de sangre de personas inocentes, debe prevalecer ante todo el Estado de Derecho, pero sobre todo el respeto a los Derechos Humanos y la libertad política. Como dije al principio, me duele Venezuela.

Si desean hacer algún comentario al respecto, nos pueden contactar en apradillo@cimadesigns.com

Agustín E. Pradillo ha sido Consejero de Prensa en embajadas y consulados de México. Es periodista y especialista en temas de asuntos de hispanos.