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LA HABANA.- Arropada por muchos de los países que le dieron la espalda tras la revolución hace cinco décadas, Cuba asistirá por primera vez a una Cumbre de las Américas.

Pero no será el regreso sin tropiezos esperado por muchos, luego de un enfrentamiento producido el mes pasado entre el principal aliado ideológico de la isla, Venezuela y Estados Unidos, la potencia con la que Cuba comenzó un proceso de normalización de relaciones.

El propio presidente Nicolás Maduro planea entregarle millones de firmas a Barack Obama de personas que le piden que revoque las sanciones en contra de una media docena de altos funcionarios del gobierno del país petrolero y la declaratoria por parte de Washington de que Venezuela era un peligro para su seguridad nacional, lenguaje que normalmente es usado al decretar este tipo de sanciones.

Desde Washington, el asesor adjunto de Seguridad Nacional Benjamín Rhodes, rectificó el martes y dijo que “Estados Unidos no cree que Venezuela represente algún peligro para la seguridad nacional”. Las sanciones, agregó, “no son de una escala que, de alguna manera, pretendan atacar el gobierno venezolano en general”.

Pero es poco probable que esas declaraciones relajen la posición de Venezuela. “El enfrentamiento entre Estados Unidos y Venezuela ha ido estropeando el clima de distensión interamericana que debía distinguir la cumbre”, dijo a la AP el analista Roberto Veiga, Coordinador General de Cuba Posible, un centro de estudios no gubernamental.

El presidente cubano Raúl Castro dejó en claro hace un par de semanas de qué lado estaban sus lealtades: “es imposible ni comprar, ni seducir a Cuba, ni intimidar a Venezuela”, dijo el mandatario quien aseguró que nadie debe pretender que por negociar con Estados Unidos la isla deje de lado a sus tradicionales aliados políticos y económicos.

Razones no le faltan: en los últimos 15 años Venezuela se convirtió en el principal socio comercial de Cuba y en Venezuela trabajan miles de médicos y técnicos cubanos que apoyan los programas sociales iniciados por Hugo Chávez y continuados por Maduro.

Ideológicamente Cuba y Venezuela lideraron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que se convirtió en un mecanismo de apoyo a los pequeños países de la región en franca oposición a la política exterior de Washington en Latinoamérica.

“La presencia de Cuba obliga al gobierno de Venezuela a participar en dicha cumbre, entonces el bloque de gobiernos progresistas pueden plantear abiertamente, un retiro de la resolución de los Estados Unidos declarando a Venezuela un riesgo para su seguridad nacional”, dijo a la AP el experto latinoamericanista, Eduardo Bueno, de la Universidad Iberoamericana de México.

Celebrada por primera vez en Miami en 1994 bajo el auspicio de la Organización de Estados Americanos (OEA), la Cumbre de las Américas intentó ser la pista de lanzamiento de una Área de Libre Comercio de las Américas, conocido como el ALCA, acuerdo de reducción de aranceles y que, según sus críticos, significaba la consolidación del dominio económico de Washington sobre otras naciones.

Precisamente los países que enterraron ese acuerdo en la Cumbre de 2005 en Argentina, como Venezuela, Ecuador o Brasil, fueron quienes exigieron de manera vehemente el regreso de Cuba a la OEA, de donde se la expulsó en 1962 cuando el ex presidente Fidel Castro declaró que el gobierno de la isla sería socialista.

En 2009, la OEA finalmente levantó las sanciones contra La Habana y en las siguientes cumbres, sobre todo la de 2012 en Cartagena, el regreso de la isla se convirtió en un clamor generalizado de todos los gobiernos de la región.

Cuba no aceptó volver a la OEA pero en esta ocasión, atendiendo a los pedidos de los países, aceptó asistir a la cumbre que formalmente inicia el viernes diez de abril.

“La presencia de Cuba resalta los cambios ocurridos en América Latina desde la elección de mandatarios… dispuestos a implementar una política exterior independiente a la que impone Washington”, dijo a la AP el académico venezolano-estadounidense, Miguel Tinker-Salas, profesor de Estudios Latinoamericanos del Pomona College, en Claremont, California.

Para Tinker-Salas la asistencia de Cuba a la Cumbre marcará el “fin de un discurso y una política fundada en la Guerra Fría”, pero no significará que Washington haya abandonado su política económica o militar hacia América Latina.

“Normalizar relaciones con Cuba, incrementar la presión sobre Venezuela, ocurren en el marco de una nueva estrategia estadounidense donde de nuevo resaltan los intereses económicos y militares de Washington en la región”, agregó.

La inclusión de Cuba a la cumbre se da en el marco de un intento de deshielo entre Cuba y Estados Unidos, que anunciaron en diciembre un relanzamiento de sus relaciones diplomáticos rotas hace más de cinco décadas y de, eventualmente, el levantamiento del embargo que Washington impuso a La Habana para infructuosamente presionar por cambios en el sistema político de la isla.

Las negociaciones comenzaron con fuerza en enero y febrero, pero en el mes de marzo se volvieron más lentas y las delegaciones se afianzaron en sus diferencias: La Habana quiere que Washington la excluya de una lista de países que patrocinan a grupos terroristas y Washington busca que sus diplomáticos se muevan, sin pedir las autorizaciones requeridas por isla, en caso de que se abra la Embajada estadounidense en Cuba.

Rhodes dijo el martes que el proceso de excluir a Cuba de la isla estaba en su etapa final, que están a la espera de que el Departamento de Estado remita a la Casa Blanca su recomendación final, y que no espera que se anuncie la reapertura de las embajadas en la cumbre.

“Resulta importante estar atento al encuentro entre los dos presidentes en Panamá. Debemos observar cuidadosamente cómo se diseña y se realiza”, dijo el analista cubano Veiga, para quien de ello dependerá el nivel de confianza ganado entre las naciones.