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El agua alcanzo los tres pies de altura, vehículos abandonados parcialmente sumergidos, gente caminando desafiando el aire y lluvia, negocios cerrados con las ventanas y puertas protegidas.
El agua alcanzo los tres pies de altura, vehículos abandonados parcialmente sumergidos, gente caminando desafiando el aire y lluvia, negocios cerrados con las ventanas y puertas protegidas.
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Para cuando arribe a la ciudad de Houston acompañado de familiares y amigos el viernes, 27 de agosto, con la intención de celebrar un bautizo el día siguiente, las ordenes de evacuación ya habían sido distribuidas a través de mensajes de alerta, redes sociales, radio, y televisión.

Las autoridades pronosticaban que el huracán Harvey causaría destrozos nunca antes vistos en la zona costera del estado de Texas—destrozos aún mayores a los ocasionados por el huracán Rita en el 2005.

Pronósticos meteorológicos anunciaban que el huracán alcanzaría vientos de hasta 130 millas por hora y que afectarían las zonas de Galveston, Corpus Christi y Palacios, entre varias otras.

Los pronósticos anunciaban que en la gran mayoría de la ciudad de Houston se registrarían hasta 30 pulgadas de lluvia, en un lapso de una semana.

Mientras la mayoría de los residentes se preparaban comprando lo básico ara soportar posibles apagones, lapsos sin agua potable, e inundaciones, otras tenían la esperanza de que el huracán cambiara de dirección y perdonara a Houston.

Pero no fue así.  Las torrenciales lluvias registradas desde el jueves, 26 de agosto hasta el lunes, 28 de agosto, habían rebasado los límites de canales y diques ocasionando severas inundaciones en carreteras y autopistas, aeropuertos, y vecindarios.

Las inundaciones habían ocasionado la muerte de al menos siete personas, y habían movilizado a autoridades de varios estados de la nación, incluyendo a un grupo de bomberos y rescatistas de los condados de Orange y Riverside.

Con botes, balsas de platico, canoas de recreo y cualquier otro artículo flotante, los rescatistas habían salvado a miles de personas y trasladados hacia albergues instalados en puntos estratégicos de la ciudad.

Conducir por las calles y carreteras fue una verdadera pesadilla.  El peligro de que el vehículo se estancara era latente.  La zona había sido declarada en estado de emergencia y las autoridades recomendaban no salir ni aventurarse.

Las inundaciones habían dejado varados a decenas de miles de viajeros, incluyendo a este reportero y familia.  Nuestro vuelo pactado para el domingo por la noche, había sido cancelado. 

Vuelos alternos fueron pactados para eventualmente ser cancelados.  Al momento de la redacción de este artículo no teníamos vuelo disponible. 

Mi instinto reporteril me obligo transitar por algunas calles y carreteras y fui testigo de un panorama desolador.  La idea era arribar al hogar inundado de un familiar para asistirlo en lo que fuese necesario; sin embargo, el elevado nivel del agua en varias carreteras lo impidieron.

Pude observar terrenos en donde el agua alcanzo los tres pies de altura, vehículos abandonados parcialmente sumergidos, gente caminando desafiando el aire y lluvia, negocios cerrados con las ventanas y puertas protegidas con madera e incluso mire a dos helicópteros sobrevolar la autopista en busca de atascados.

De regreso hacia el hogar en donde supuestamente celebraríamos el bautizo, pude mirar reportajes que anunciaban, lo peor aún no había pasado.  Reflexioné y pude entender que mi problema de no tener vuelo de regreso a California era inexistente comparado a la desgracia que Houston experimentaba.

El panorama desolador, la destrucción ocasionado por esporádicos tornados, las inundaciones, el rostro desencajado de los rescatados, la angustia de los que perdieron todo, y la luz al final del túnel aun a la distancia, me transportaron al año 1988 cuando el huracán Gilberto causo daños severos a la Península de Yucatán.

Vendrán otros huracanes, ocurrirán nuevas tragedias, nuevos gobiernos responderán y los pueblos afectados se recuperaran, pero el daño emocional y psicológico, pero en especial el daño económico ocasionado por el huracán Harvey perdurara por largo tiempo en la vida de los hermanos texanos.