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Varios estudiantes de mariachi asisten a una clase en la Escuela de Mariachi Ollin Yoliztli, en Ciudad de México. La escuela busca revivir este género de música.
Varios estudiantes de mariachi asisten a una clase en la Escuela de Mariachi Ollin Yoliztli, en Ciudad de México. La escuela busca revivir este género de música.
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MÉXICO En la época dorada del mariachi, miles de amantes de la música abarrotaban los cines y restaurantes de lujo o llenaban la Plaza Garibaldi, en el corazón de la capital, sólo para escuchar sus canciones favoritas en guitarra y violín. En esa misma plaza, en una tarde reciente, esa edad de oro era un recuerdo lejano.

Bandas de músicos itinerantes perseguían coches en una de las más concurridas avenidas de la ciudad, y se apoyaban en las ventanas para regatear el precio de una canción. Acto seguido, músicos vestidos de negro, con botas de vaquero, tocaban desafinados mientras cantantes de voz ronca interpretaban baladas melancólicas sobre el amor y el desamor.

La música de los mariachis sigue siendo una de las principales exportaciones culturales de México, por la cual se conoce el país en el mundo. Pero ha caído en desgracia en su tierra natal, donde hay pocos músicos bien formados y escasos lugares decentes en los cuales interpretarla.

Una nueva escuela de mariachis en la Ciudad de México intenta revivir el género, que ha perdido terreno con el paso de los años y que por momentos parece relegado a jingles comerciales y música de fondo en los elevadores. La Escuela de Mariachi Ollin Yoliztli, cuyo nombre significa vida y movimiento en Náhuatl, enseña a las bandas de música popular a tocar de manera profesional mientras prepara a una nueva generación de cantautores y compositores.

“Lo que queremos hacer con esta escuela es dignificar la música de mariachi”, dijo la directora Leticia Soto.

Ubicada en un edificio de la plaza que solía albergar un club nocturno, es la primera escuela profesional dedicada al género en México. Después de un tiempo, Soto espera poder ofrecer el primer diploma a nivel universitario de este estilo musical en el país. Otra escuela ofrece talleres en el estado occidental de Jalisco, la cuna del mariachi, pero no un título.

La meta es formalizar una música que en gran medida se transmite de generación en generación, sin educación formal. El año pasado, la UNESCO reconoció el mariachi como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y la capital ha intentado proteger ese patrimonio, tanto al arreglar la plaza como al contribuir a echar a andar la escuela.

Muchos de los más de 2.000 músicos que ejercen su oficio en la plaza colonial aprendieron de sus padres u otros familiares a tocar algunos de los temas tradicionales más populares como “Cielito Lindo” y “Guadalajara”. La mayoría no sabe leer partituras e interpreta las canciones de oído.

Miguel Martínez, de 91 años, recuerda una época diferente. Comenzó a tocar la trompeta hace 78 años en la Plaza Garibaldi, cuando sólo cinco grupos de mariachis trabajaban allí, y únicamente dos incluían una trompeta.

Se unió al Mariachi Vargas de Tecalitlán, el conjunto más importante de México, en 1940, cuando el género estaba casi todos los días en la radio. Cientos abarrotaban el Teatro Blanquita para espectáculos que incluían a algunos de los mejores cantantes de rancheras, otro género con una mayor presencia de guitarras.

“A mí me da mucha lástima ver lo que los mariachis de estos tiempos han hecho con la música que el Mariachi Vargas trabajó tanto para poner en alto”, dijo Martínez. “La verdad que yo me iría muy feliz de este mundo al ver que este folclor va a seguir porque nuestra tradición se estaba perdiendo”.

Con esto en mente, calificó la escuela como “una idea fantástica” y algo que las autoridades deberían haber hecho hace mucho tiempo.

Para la guitarrista Arlette Gudiño, una entre la decena de mujeres aceptadas en la Ollin Yoliztli, tocar música de mariachi es una pasión que le trasmitió su bisabuelo trompetista.

“Hay lugares fuera de México donde la gente se emociona al escuchar mariachi más que aquí”, dijo la actriz de 23 años. “A mí me gustaría hacer algo para que la gente valore el tesoro musical que tenemos”.

Los 102 integrantes de la primera promoción van desde un estudiante de secundaria de 14 años hasta una enfermera jubilada de 68. Comenzaron clases la semana pasada y está previsto que se gradúen en tres años con un diploma técnico.

Durante ese tiempo, aprenderán teoría musical así como la historia del mariachi, y les enseñarán tanto a cantar como a tocar la trompeta, la guitarra, el violín y la guitarra de apoyo, llamada vihuela.

El trompetista Raúl Rosas, de 38 años, admitió mientras esperaba por clientes en la plaza que a él y los otros músicos les vendría bien algún tipo de formación.

“Todos deberíamos de ir a esa escuela porque la mayoría no tocamos como se debe”, dijo Rosas, uno entre nueve hermanos que trabajan en bandas de mariachis. “Somos músicos liricos, ¿para qué engañarnos?”

Las primeras bandas de mariachis, en el siglo XVIII, sólo tocaban instrumentos de cuerda y se vestían con trajes de algodón blanco, huaraches (sandalias) y sombreros de paja de ala ancha, la ropa de los trabajadores agrícolas mexicanos de la época.

Las trompetas llegaron en el siglo XX, y las bandas de mariachis comenzaron a usar el mucho más elegante traje de charro, o vaquero, la vestimenta familiar para las audiencias modernas: una chaqueta corta y bordada, pantalón ceñido con botones brillantes a lo largo de las piernas, y los emblemáticos sombreros de ala ancha.

Para mediados del siglo XX, la música mariachi se había convertido en un símbolo muy popular de la cultura mexicana, que se escuchaba en las estaciones de radio y en películas de charros durante la Epoca de Oro del cine mexicano, entre 1935 y 1959. Para entonces, la música se había hecho popular en Centroamérica, Sudamérica y Estados Unidos.

La década de 1980 vio como el género perdía intensidad a medida que la radio ponía música más exitosa en términos comerciales como la norteña, que incluye letras sobre el narcotráfico, o música pop.

Hoy, pocas canciones exitosas pertenecen el estilo mariachi, y sólo un puñado de lugares en esta metrópoli de 20 millones de habitantes presentan bandas de mariachis profesionales.

La ausencia del género en los medios de comunicación y los círculos intelectuales también contribuyó a su declive, explicó el antropólogo Jesús Jáuregui, el principal experto de música mariachi en México.

“El lugar en que se pone al mariachi en las películas de hoy no es un lugar muy digno, salen como personajes de segunda acompañando al charro cantor”, dijo Jáuregui. “Otro factor es el desprecio que ha tenido la intelectualidad mexicana con el mariachi. No tenemos estudios de historiadores o de sociólogos, ni de folkloristas o musicólogos sobre el mariachi”.

A pesar de todo, el mariachi conserva profundas raíces en la cultura mexicana y muchas personas conocen de memoria las canciones. Prácticamente cualquier gran evento en México, desde bodas y funerales hasta las celebraciones del Día de la Madre, incluye una banda de mariachis, y en el extranjero el género ofrece a muchos mexicanos un vínculo con su tierra natal. La mayor parte de esa música es interpretada por aficionados, en el mejor de los casos.

Aún así, el puñado de estrellas de música mariachi que aún queda todavía llena auditorios en México, y los aficionados pueden escuchar a los mejores mariachis en festivales ocasionales.

“En Estados Unidos, la música (de mariachi) es vista con más respeto que aquí y eso tiene que ver con que allá el mariachi se enseña en secundarias, en las preparatorias y eso no pasa en México”, asegura Jáuregui.

La escuela de Soto ha tratado de cambiar esa situación al contratar a algunos de los mejores músicos de ese estilo, incluyendo antiguos miembros del grupo Mariachi Vargas de Tecalitlán, que aún hace giras por todo el mundo y a menudo se presenta con orquestas clásicas y sinfónicas.

En cualquier caso, el mercado ha mostrado que pagaría más por mariachis de mejor calidad, apunta Víctor Lemus, de 44 años, quien ha tocado el violín con Los Emperadores en la Plaza Garibaldi durante los últimos 22 años.

Muchos en el grupo de 14 miembros han tomado clases privadas de música, y practican dos veces a la semana. Eso les permite cobrar el doble de los 100 pesos (8 dólares) que cobra en promedio por cada canción una banda de seis miembros.

Sin embargo, en una noche reciente, a ninguno de los juerguistas mexicanos y extranjeros que bailaban en la plaza parecía importarle que la mayoría de las bandas carecieran de lustre, y pedían canciones hasta que se quedaban sin dinero o energía.

“La mayoría de los mariachis se ponen el traje y salen a la calle a tocar y se les olvida que después de la bandera, los mariachis somos lo más representativo de México”, dijo Lemus. Pero “si las nuevas generaciones aprenden a tocar como se debe, se va a enaltecer la música”.