En una granja polvorienta en la localidad sureña de San Pedro del Paraná, Paraguay, César Daniel López, de 7 años en ese entonces, le gustaba tocar la guitarra. La música corría por la sangre de la familia.
Él siguió los pasos de su hermano Juan, y comenzó a cantar. Pensó que había encontrado su don – hasta que cerca de tres años después vio su primera arpa.
“Eso fue el inicio”, dijo López. A pesar de su preferencia por la guitarra, el padre de López, que tocaba el acordeón y el violín, lo alentó hacia el desafiante instrumento de 36 cuerdas. “El arpa no es muy popular…tal vez por eso mi padre me dijo eso”.
Ahora, a los 65 años, López es uno de los maestros y artesanos del arpa más conocidos en América Latina, y uno de los ochos maestros de música que viajaron a Santa Ana recientemente para enseñar a niños de bajos recursos y miembros de la comunidad la complejidad de su oficio.
A menudo considerado como un instrumento sinfónico reservado para las más prestigiosas salas de conciertos, el arpa se remonta más de 5,000 años y se encuentra entre uno de los géneros más destacados de Latinoamérica, entre ellos el llanero colombiano, y el estilo jarocho, popularizado en el estado costero de Veracruz. Está tan arraigada en la cultura de Paraguay que fue adoptado como el instrumento nacional del país.
ESTRELLA DE VARIOS GÉNEROS MUSICALES
No importa cuántos instrumentos se encuentren en el escenario, el arpa acapara la atención.
Es un instrumento complicado. Los músicos tocan líneas de bajo con la mano izquierda, mientras rasgan las melodías dulces y agudas, característicos del arpa, con la derecha.
No hay trastes indicando las notas, no hay ranuras que indican la colocación correcta de los dedos, y en algunos modelos, las cuerdas no están coloreadas.
Las arpas diatónicas se afinan para tocar en la clave correcta, y el estilo cromático tiene palancas para cada cuerda que debe de voltearse para cambiar de notas sostenidas a notas planas durante las canciones. Tocar el instrumento con precisión es casi totalmente dependiente de la memoria muscular desarrollada a través de años de práctica.
La música, que por lo regular incluye jaranas y requintos, es algo más que una enfermedad infecciosa de tocar y cantar, así los describen los estudiantes inscritos en los talleres de tres días. Se trata de retener a una cultura que, sin música de arpa se perdería.
Algunas canciones son polkas y valses sobre el romance o celebraciones, pero la mayoría son folclóricas, como la melodía paraguaya “El tren lechero”, que celebra la primera máquina de vapor en el país, un orgullo nacional. La canción emula los sonidos del tren, que entregaba leche por todo el campo una vez al día. Cuando se acompaña con la voz, la mayoría de las canciones son interpretadas en guaraní, lengua indígena paraguaya.
“Cuando voy a Paraguay, todavía la escucho en las emisoras de radio, pero es raro. Yo creo que por eso César Daniel López sigue siendo popular en el país…Él fue capaz de mantener esa tradición y conocer todas esas canciones”, dijo la cantante, Natalia López de 24 años, de su padre.
LECCIONES POR AMOR A LA MÚSICA
Cerca de 25 alumnos, de edades entre los 5 a 15 años, asisten a clases semanales en el Centro de Artes Terapéuticas Infantiles del condado de Orange en Santa Ana, donde se alojan los maestros. Pero durante el taller de tres días, cuando ofrecen instrucción individual, más de 150 personas acudieron de todo el estado y la nación.
Lauryn Salazar, profesora asistente de etnomusicología en la Universidad Texas Tech, viajó a California durante el verano para aprender de los músicos acerca de los cuales ha dedicado su carrera en enseñar a sus estudiantes. Ella no tiene mucho tiempo tocando el arpa, explica, “solo por cerca de cinco años”.
Es un testimonio de la dificultad de dominar el instrumento.
“Me gustaría que este tipo de talleres hubiesen existido cuando yo era una niña”, dijo Salazar del programa. “Estos chicos tienen suerte. Ellos van por buen camino”.
Pero la mayoría son demasiado jóvenes para comprender la maestría de los músicos presentes como Alberto de la Rosa, del reconocido grupo mexicano jarocho, Tlen Huicani; o la importancia de Carlos Quintero, quien presentó a los estudiantes la poco conocida arpa llanera de Colombia.
“El prestigio y la fama no son importantes”, dijo Allegra Hardulfi, la instructora de arpa del centro, que fue entrenada por López. “La importancia es despertar en ellos la comprensión, el amor y el gozo de la música”.
Miguel Patiño, estudiante de 8 años de edad, curioso y extrovertido que toma clases semanales en el centro de artes, lucha por alcanzar las cuerdas graves en la mayoría de las arpas.
A una estatura de menos de 5 pies, el instrumento es más alto que él, y se le da un arpa más baja para practicar. Aun así, como López, después de tres meses de práctica, él prefiere la guitarra.
“Es más fácil”, dijo Patiño. “No hay quintas notas de que preocuparse”.
La mayoría de los padres de los estudiantes no saben de la influencia del arpa en la música latinoamericana, dijo Ana Jiménez-Hami, fundadora y directora del centro.
La estudiante Paola Torres, una estadounidense de primera generación, al principio no estaba interesada en tocar el arpa, pero su padre, oriundo de San Luis Potosí, México, comenzó a tomar clases hace unos seis años. Y, pronto, Paola fue invadida con música de arpa.
“Mi papá siempre está tocando en casa, así que si me gusta o no, tengo que escuchar”, dijo, riendo entre dientes.
Poco después de que su padre empezó a tocar, Paola se unió a él. La música la acerca más a su padre y sus raíces, dijo.
De eso es lo que se trata la serie de talles para Hardulfi y los maestros invitados.
“Espero que poco a poco aprendan más, crezcan más, y se enamoren más del arpa, y después empiecen a recorrer el mundo para seguir aprendiendo por su cuenta”, dijo Hardulfi. “Esto creo una buena base para que ellos empiecen a ir tras otras cosas por su propia cuenta para cuando yo esté en otra vida”.
Pero no todos los estudiantes son jóvenes activos intentando reconectarse con su cultura.
Douglas Timmer llega con unas cuatro horas de retraso, con dos bastones, con una cantimplora envuelta en un sarape colgada de su hombro, vistiendo unas botas de cuero desgastadas que parecen han visto cientos de millas y un arpa que es probablemente más vieja que él.
La madera desgastada se rompió en algunas esquinas, agrietada en otras, y tiene partes que se mantienen juntas con cinta adhesiva. Varias cuerdas desaparecieron. Una capa gruesa de aceite para el cuerpo cubre la columna negra de arriba abajo. Una cesta de mimbre se sostiene con un letrero que dice: “Donaciones para Harpo Doug”.
Timmer es el que sobresale del grupo, sentado en una sala repleta en su mayoría de latinos que están tocando el arpa para mantener contacto con sus raíces. La familia de Timmer es polaca. Él adoptó una cultura a la que no pertenece por nacimiento, pero a la que se unió por elección.
Su historia de amor por la música es una historia serpenteante que incluye un viaje de graduación, en estado etílico, a Veracruz, México, una arpa de $50 que él se enseñó a tocar, y una serie de conciertos en las afueras de restaurantes mexicanos en la Calle Olvera de Los Ángeles.
Cuando Timmer empieza a tocar, sus rígidos dedos callosos se enredan en las cuerdas y producen notas que están fuera de tono y caen planas. Su cuerpo se pone rígido cuando se concentra intensamente en la colocación de los dedos. Aun así, Timmer prefiere “el sonido rico y rústico” de su arpa a los instrumentos nuevos de cedro y pulidos en el Centro de Artes Terapéuticas Infantiles.
En el lapso de dos días, el grupo de estudiantes cuya experiencia con el arpa y jarana oscilan entre tres meses a seis años se convirtió en un conjunto con armonía casi perfecta.
Al final de la semana, interpretaron “El Nicolás”, una canción jarocha de Veracruz que ensayaron con los miembros de Tlen Huicani, al frente de una sala llena en Phillips Hall Theatre de Santa Ana College.
Los maestros de este festival incluyen a Alberto de la Rosa y el grupo Tlen Huicani de México, César Daniel López y Alberto Sanabria de Paraguay, y Carlos Quintera y Ricardo Zapata de Colombia.
De esas canciones que los arpistas tocaron, dos fueron acompañados por seis niños. Una de las canciones la aprendieron el día anterior.
Ésta interpretación fue la primera de su clase en Santa An,a pero como resultado de su éxito, los músicos desean regresar de nuevo.
“Vale la pena de volverlo a hacer muchas veces, siempre y cuando tengamos la oportunidad” , dijo el arpista Carlos Quintera. “No lo dudo en cualquier momento volver porque fue una experiencia inolvidable. Estuve feliz y me voy feliz porque hemos dejado una gran semilla en los Estados Unidos y en esta parte [del país] también”.
Los arpistas también creen que es importante tener una oportunidad para enseñar a los niños Latinos que nacieron aquí de su cultura, especialmente en una área que hay una gran población de Hispanos.
“[Los niños] se vienen para acá y se se desconectan. Se van olvidando, se pierde la raíz” , dijo el arpista Mexicano Alberto de la Rosa. “Si a ellos les gusta, al rato ellos van a buscar. Cuando sean más grandes, a las próximas generaciones les van a transmitir el gusto. Esto es valioso”.
El pensar lo compartió César Daniel López.
“Puedo percibir el interés que tienen por nuestra cultura y música”, dijo López, quien agregó que la visita lo inspiró a regresar una vez al mes para impartir clases en el centro de arte. “Si puedo ayudar, sería una satisfacción brindarles mi conocimiento”.
Christie García, colaboradora para UNIDOS, contribuyó a este reportaje.